En 1903 el compositor Claude Debussy escribió una carta a su editor. En ella dice que no tiene dinero para emprender los viajes que tanto deseaba, pero aclara de paso que eso no importa, pues para eso tiene la imaginación…
Por lo general, esta frase no pasaría de ser un vano consuelo sentimental. Pero Debussy ya había dado muestras de poder asimilar creativamente culturas que le eran ajenas y de las que conocía muy poco. Bastará recordar la noche de 1889, cuando escuchó a los músicos balineses de gamelan que tocaron durante la Exposición Universal de París. Aquella ocasión Debussy experimentó una auténtica revelación sonora, que repercutió en todo su lenguaje pianístico posterior. Su manejo del timbre y el uso de los colores en el teclado no se entienden del todo si no se toma en cuenta la perdurable influencia que los músicos de Indonesia tuvieron en su obra. El encuentro fue tan decisivo y afortunado que no es exagerado asumir que ese episodio es la piedra de toque de toda la música europea en el siglo XX.
Hace tiempo me puse a escuchar con insistencia los dos primeros libros de los Preludios de Debussy. E inevitablemente hubo momentos en que la música pasaba a segundo plano, en especial cuando salía momentáneamente del estudio y sólo se escuchaban notas lejanas o resonancias prolongadas. Esto fue para mí un feliz accidente, pues una de las características más notorias de la música de gamelan es que su duración se extiende durante horas y horas, de tal manera que quienes la escuchan de pronto dejan de atender la música y se van a comer, a rezar, a dormir o a hacer cualquier otra cosa… Las notas quedan flotando en segundo plano mientras la noche continúa.
Este pequeño accidente fue el punto de partida para Debussy en Yakarta, una pieza breve en la que únicamente utilicé algunos fragmentos del libro primero de los Preludios (en la versión de Paul Crossley), con procesamiento electrónico, y varios samplers de los instrumentos percusivos que integran el gamelan (reyong, pot, kantiel, gangsa y jegog), los cuales fui pasando por distintos pedales de guitarra, con la intención de volver a hacer explícitos algunos materiales que no han dejado de dialogar desde hace más de ciento treinta años.
Composición, mezcla y masterización: Jorge Solís Arenazas