Plataforma dedicada al sonido y las experiencias de escucha.

Bocanegra

Grito es que lanza el corazón herido
por la mano cruel de los dolores;
llanto que sin cesar ha humedecido
de mi esperanza las marchitas flores.
Francisco González Bocanegra

El Himno Nacio­nal Mexi­cano se nos ense­ña des­de niños median­te tra­di­ción oral. Es una prác­ti­ca que en la mayo­ría de los casos se adquie­re duran­te la ini­cia­ción esco­lar, cuan­do somos obli­ga­dos a can­tar dicha melo­día que, supues­ta­men­te, repre­sen­ta a nues­tro país.

En la anti­güe­dad, se ento­na­ban sal­mos. Has­ta cier­to pun­to, esto era lo que esta­ba en manos de la igle­sia para hacer can­tar al pue­blo. La músi­ca se ense­ña­ba con sol­feo ana­cró­ni­co, que no era del todo métri­co ni regu­lar. Sin embar­go, los him­nos se com­po­nen de ver­sos métri­cos y líneas regu­la­res. Así que exis­te una espe­cie de dis­cor­dia entre ambos. Una for­ma es más libre; la otra cuen­ta con una estruc­tu­ra más cerrada.

El himno inglés sur­gió lue­go de que un obis­po asig­nó dicha for­ma a cada día del calen­da­rio ecle­siás­ti­co, y así lle­gó a ser par­te del ofi­cio vic­to­riano. Y en el siglo XVII apa­re­ció el himno como una insig­nia repre­sen­ta­ti­va de un país. En con­se­cuen­cia, el Esta­do tuvo el inte­rés de impo­ner una melo­día de nues­tros orígenes.

El Himno Nacio­nal Mexi­cano pre­sen­ta una serie de carac­te­rís­ti­cas muy noto­rias: des­de­ña, arries­ga y reve­la una reali­dad que pare­cie­ra gol­pea­da por una serie de inten­cio­nes muy particulares.

En las pri­ma­rias apren­de­mos el himno, copia­mos de los demás este can­to espe­cial, este híbri­do entre lo habla­do y can­ta­do, un dis­cur­so rít­mi­co don­de segui­mos una pis­ta, un ras­tro que no sabe­mos imi­tar, y que ter­mi­na por con­ver­tir­se en un opues­to del canto.

Lo que nos rige es sim­ple­men­te un mode­lo que se trans­for­ma en una com­bi­na­ción alea­to­ria entre la pis­ta sono­ra y la voz can­tan­te. Por momen­tos, el can­to coin­ci­de con algu­na nota que está indi­ca­da en la par­ti­tu­ra. Pero lo impor­tan­te es que entre las notas ais­la­das se des­plie­ga un modo de un hablar con ento­na­ción míni­ma. Lo que se espe­ra es esa nota «afi­na­da» y atra­ban­ca­da que la ora­li­dad nos ha con­ce­di­do. ¿Qué son esas notas sino una suer­te de pre­di­lec­ción? Como si esos ímpe­tus apun­ta­ran a otra melo­día, la melo­día que han cons­trui­do los niños de pri­ma­ria como una for­ma de rebe­lar­se fren­te a la absur­da y des­gas­tan­te prác­ti­ca de can­tar todos los lunes este himno inci­pien­te. Un himno que, como todos los otros, «es el más bello del mundo».

Esta for­ma del can­to hecho tri­zas no sólo des­ha­ce las posi­bi­li­da­des meló­di­cas del tex­to, tam­bién tras­to­ca las estro­fas inter­cam­bian­do o jun­tan­do síla­bas, inven­tan­do pala­bras, cam­bios de tiem­pos ver­ba­les. Nue­vos nom­bres pro­pios han sur­gi­do por este himno y era de espe­rar­se, ya que el ape­lli­do del escri­tor del tex­to fue víc­ti­ma del mis­mo ultra­je: Fran­cis­co Gon­zá­lez Bocanegra.

El títu­lo de la par­ti­tu­ra —Dios y liber­tad— es una doble yux­ta­po­si­ción y una para­do­ja; nos remi­te a la dis­cor­dia entre el himno y el sal­mo, tam­bién es uno de los pri­me­ros sín­to­mas del deve­nir de este can­to. Jai­me Nunó, curio­sa­men­te de nacio­na­li­dad espa­ño­la, fue quien com­pu­so la músi­ca por encar­go del pre­si­den­te Anto­nio López de San­ta Anna.

El resul­ta­do sólo se reve­la en el con­jun­to final: un des­gano por la afi­na­ción pero entu­sias­ta en el gri­to, que pare­cie­ra no que­rer dar cuen­ta de lo que está ver­ti­do en la melo­día. Ese can­to defor­me es una mar­cha noble, es una mane­ra de pro­tes­tar entre líneas. Con la mano ama­ne­ra­da en el pecho se des­ga­na el can­to. Se reci­ta y se gri­ta una tor­pe­za anun­cia­da y, al mis­mo tiem­po, una for­ma de can­to pri­vi­le­gia­da, viva.

Es noto­rio que los tonos cam­bian en las habi­tua­les inter­pre­ta­cio­nes de escue­la a escue­la; lo úni­co que siem­pre per­sis­te es la inter­pre­ta­ción habla­da, des­ga­na­da y bra­ma­da. Esas notas de las que hablo son de un inte­rés gran­dio­so: habrá que saber aque­llo que los niños nos quie­ren decir a tra­vés de ese énfasis.

La revo­lu­ción de este can­to es una con­sig­na meló­di­ca que se trans­for­ma, una pan­car­ta que se basa en la degra­da­ción del con­te­ni­do, hablan­do entre líneas de otras cosas. La for­ma en que el soni­do agre­de al sím­bo­lo es una pro­tes­ta que des­gra­na e irrum­pe, tras­to­ca el agra­do nacio­nal, y no úni­ca­men­te por la pala­bra: ata­ca lo sono­ro, un incons­cien­te que no quie­re obe­de­cer, una voz que pre­fie­re hacer­se pato. No es fal­ta de oído ni de edu­ca­ción; es un des­gano generalizado.

Qui­zá tam­bién es que sim­ple­men­te nos gus­ta can­tar chue­co, y el asun­to va más allá de lo desafinado.

Ima­gi­nar estos can­tos jun­to con el MIDI mas bási­co —afi­na­do y brus­co—. Obser­var cómo con­vi­ven estos soni­dos tem­pe­ra­dos y digi­ta­les. Hacer acor­des que acom­pa­ñan esta melo­día de pleno dere­cho. Todo esto con­sis­te en jugar con dos mun­dos incó­mo­dos: la ver­dad del Gene­ral midi y los can­tos ofi­cia­les del Esta­do. ¿Aca­so estas dos neu­ro­sis con­tra­rias pue­den sobre­po­ner­se, más allá de la afi­na­ción, más allá de los des­acuer­dos del tono?

La ora­li­dad de la músi­ca está vigen­te en las pri­ma­rias de Méxi­co, esta­mos trans­for­man­do un himno cada gene­ra­ción, y en las escue­las invier­ten en maes­tros cuyo úni­co obje­ti­vo es la ense­ñan­za de éste. Ellos, los niños, no caen en tal pro­vo­ca­ción, su inten­ción es cla­ra, con­sis­te en apro­piar­se del himno, inclu­so he escu­cha­do que des­mem­bran el rit­mo hacién­do­lo un jue­go per­ma­nen­te, que no es diver­ti­do: es el jue­go des­al­ma­do de los niños, que cada lunes tie­nen que lle­var­lo a cabo, for­man­do nue­vas melo­días y con­tra­pun­tos ague­rri­dos. Este can­to no habla de la edu­ca­ción musi­cal en Méxi­co, sino de cómo vio­len­tar la melo­día, el atre­vi­mien­to de apro­piar­se de ese sím­bo­lo, de ese tem­pe­ra­men­to joco­so, de esa auto­ri­dad que empe­zó trun­ca: el himno mexi­cano del que nadie se ha hecho par­te, en nin­gu­na épo­ca, digan lo que digan.

Composición, grabaciones de campo y texto: Emilio Hinojosa Carrión.
Producción, mezcla y masterización: Jorge Solís Arenazas.