Sólo la escucha nos une. Socialmente. Económicamente. Materialmente.
Única ley del mundo. Expresión enmascarada de todos los individualismos, de todos los colectivismos. De todas las religiones. De todos los tratados de paz. Porque el sonido está atravesado de batallas.
Tupí or not tupí. Los sonidos son la corrosión de todas las ideas.
Sólo me interesa lo que escuchamos. Sólo me interesa ese borde donde los sonidos casi dejan de escucharse.
Estamos cansados de todos los maridos católicos recelosos ahora que se agotó el drama. Freud acabó con el enigma de la mujer y con otros miedos de la psicología impresa. El sonido puede restituirlos.
Freud se diluye poco a poco entre murmullos y ya no queda psique: sólo momentos aurales.
Freud raspaba las superficies de tu mente sólo por el placer de percibir los crujidos que provocaba.
Lo que atropellaba a la verdad era la ropa; el impermeable entre el mundo interior y el mundo exterior. La reacción contra el hombre vestido.
Una conciencia participante, una rítmica religiosa. Una conciencia rítmica: raspar superficies es la primera ley del mundo, es decir, la primera gramática del deseo.
Nunca pudimos dejar de escuchar. Vivimos en medio del estruendo. ¿Qué significaría decir aquí algo como estruendo sonámbulo? Hicimos que Cristo se regodeara en el sonido de sus clavos al raspar la madera de la cruz.
Pero nunca admitimos el nacimiento de la lógica entre nosotros.
Quizá el padre Vieira no es del todo vano si nos trajo el bla-bla-bla. La embriaguez de la glosolalia y el balbuceo nos mantiene en pie.
El espíritu se niega a concebir el espíritu sin cuerpo. Porque es necesario tener algo que devorar. Y sólo podemos vacunarnos contra la idea falsa de los silencios.
Sólo podemos prestar atención al mundo aural.
Contra el mundo reversible y las ideas objetivadas. Contra los cuerpos-objetos callados.
Rasgar. Raspar. Recorrer. Recordar. Rasgar. Raspar. Recorrer. Recordar.
Tuvimos el comunismo. Tuvimos lengua surrealista. Tuvimos antropofagia. Nos aburrimos de la edad de oro. Sabíamos superar el misterio y la muerte con auxilio de algunas formas sonoras que no sirven para superar nada.
Pregunté a un hombre lo que era el silencio. Él me respondió que sólo una construcción mental. Ese hombre se llamaba Gali Matías. Me lo comí.
Sólo no hay ruido donde hay: .
¿Pero qué tenemos que ver nosotros con eso?
No tenemos especulación pero tenemos escucha. Y hay una política que es la ciencia de cómo se crean, se distribuyen y se consumen las experiencias sonoras.
Contra los conservatorios y el tedio especulativo.
Contra los sonidos metafóricos.
Contra la asepsia.
Antes de que los portugueses descubrieran al Brasil, Brasil había descubierto el barullo incesante y la manera de reírse de frases prefabricadas como «el barullo incesante».
Contra los sonidos que se creen espontáneos.
Contra Goethe, la madre de los Gracos, y la Corte de D. Juan VI.
Contra el amor cotidiano que no reivindica sus crujidos.
Contra la realidad social, vestida y opresora, catastrada por Freud — la realidad sin complejos, sin locura, sin prostituciones y sin las prisiones del matriarcado de Pindorama.
¿Dónde está Pindorama?, ¿a qué suenan sus calles y mercados?
Lo que obstaculizaba la verdad era la ropa. Los cuerpos desnudos absorben las frecuencias sonoras: cierras los ojos, te tapas las orejas y puedes escuchar el mundo gracias a que tus huesos son porosos.