Plataforma dedicada al sonido y las experiencias de escucha.

Devorar el sonido de las superficies

Char­les Huet­te, Clau­de Ber­nard, Pré­cis ico­no­graphi­que de méde­ci­ne opé­ra­toi­re et d’a­na­to­mie chi­rur­gi­ca­le, vol. 1 (1848)

Sólo la escu­cha nos une. Social­men­te. Eco­nó­mi­ca­men­te. Materialmente.

Úni­ca ley del mun­do. Expre­sión enmas­ca­ra­da de todos los indi­vi­dua­lis­mos, de todos los colec­ti­vis­mos. De todas las reli­gio­nes. De todos los tra­ta­dos de paz. Por­que el soni­do está atra­ve­sa­do de batallas.

Tupí or not tupí. Los soni­dos son la corro­sión de todas las ideas.

Sólo me intere­sa lo que escu­cha­mos. Sólo me intere­sa ese bor­de don­de los soni­dos casi dejan de escucharse.

Esta­mos can­sa­dos de todos los mari­dos cató­li­cos rece­lo­sos aho­ra que se ago­tó el dra­ma. Freud aca­bó con el enig­ma de la mujer y con otros mie­dos de la psi­co­lo­gía impre­sa. El soni­do pue­de restituirlos.

Freud se dilu­ye poco a poco entre mur­mu­llos y ya no que­da psi­que: sólo momen­tos aurales.

Freud ras­pa­ba las super­fi­cies de tu men­te sólo por el pla­cer de per­ci­bir los cru­ji­dos que provocaba.

Lo que atro­pe­lla­ba a la ver­dad era la ropa; el impermea­ble entre el mun­do inte­rior y el mun­do exte­rior. La reac­ción con­tra el hom­bre vestido.

Una con­cien­cia par­ti­ci­pan­te, una rít­mi­ca reli­gio­sa. Una con­cien­cia rít­mi­ca: ras­par super­fi­cies es la pri­me­ra ley del mun­do, es decir, la pri­me­ra gra­má­ti­ca del deseo.

Nun­ca pudi­mos dejar de escu­char. Vivi­mos en medio del estruen­do. ¿Qué sig­ni­fi­ca­ría decir aquí algo como estruen­do sonám­bu­lo? Hici­mos que Cris­to se rego­dea­ra en el soni­do de sus cla­vos al ras­par la made­ra de la cruz.

Pero nun­ca admi­ti­mos el naci­mien­to de la lógi­ca entre nosotros.

Qui­zá el padre Viei­ra no es del todo vano si nos tra­jo el bla-bla-bla. La embria­guez de la glo­so­la­lia y el bal­bu­ceo nos man­tie­ne en pie.

El espí­ri­tu se nie­ga a con­ce­bir el espí­ri­tu sin cuer­po. Por­que es nece­sa­rio tener algo que devo­rar. Y sólo pode­mos vacu­nar­nos con­tra la idea fal­sa de los silencios.

Sólo pode­mos pres­tar aten­ción al mun­do aural.

Con­tra el mun­do rever­si­ble y las ideas obje­ti­va­das. Con­tra los cuer­pos-obje­tos callados.

Ras­gar. Ras­par. Reco­rrer. Recor­dar. Ras­gar. Ras­par. Reco­rrer. Recordar.

Tuvi­mos el comu­nis­mo. Tuvi­mos len­gua surrea­lis­ta. Tuvi­mos antro­po­fa­gia. Nos abu­rri­mos de la edad de oro. Sabía­mos supe­rar el mis­te­rio y la muer­te con auxi­lio de algu­nas for­mas sono­ras que no sir­ven para supe­rar nada.

Pre­gun­té a un hom­bre lo que era el silen­cio. Él me res­pon­dió que sólo una cons­truc­ción men­tal. Ese hom­bre se lla­ma­ba Gali Matías. Me lo comí.

Sólo no hay rui­do don­de hay: .

¿Pero qué tene­mos que ver noso­tros con eso?

No tene­mos espe­cu­la­ción pero tene­mos escu­cha. Y hay una polí­ti­ca que es la cien­cia de cómo se crean, se dis­tri­bu­yen y se con­su­men las expe­rien­cias sonoras.

Con­tra los con­ser­va­to­rios y el tedio especulativo.

Con­tra los soni­dos metafóricos.

Con­tra la asepsia.

Antes de que los por­tu­gue­ses des­cu­brie­ran al Bra­sil, Bra­sil había des­cu­bier­to el baru­llo ince­san­te y la mane­ra de reír­se de fra­ses pre­fa­bri­ca­das como «el baru­llo incesante».

Con­tra los soni­dos que se creen espontáneos.

Con­tra Goethe, la madre de los Gra­cos, y la Cor­te de D. Juan VI.

Con­tra el amor coti­diano que no rei­vin­di­ca sus crujidos.

Con­tra la reali­dad social, ves­ti­da y opre­so­ra, catas­tra­da por Freud — la reali­dad sin com­ple­jos, sin locu­ra, sin pros­ti­tu­cio­nes y sin las pri­sio­nes del matriar­ca­do de Pindorama.

¿Dón­de está Pin­do­ra­ma?, ¿a qué sue­nan sus calles y mercados?

Lo que obs­ta­cu­li­za­ba la ver­dad era la ropa. Los cuer­pos des­nu­dos absor­ben las fre­cuen­cias sono­ras: cie­rras los ojos, te tapas las ore­jas y pue­des escu­char el mun­do gra­cias a que tus hue­sos son porosos.