Documentación fotográfica: Rosalinda Olivares y Juan Pablo Guzmán (drone)
Un sábado, casi al concluir enero, casi al comienzo de 2020.
Un día casi nublado, cerrado, en que casi llueve. Las nubes, casi grises y pesadas, casi engullen Monterrey, ciudad localizada casi en el límite norte del país, ceñida casi en su totalidad por montañas.
Casi en el centro de la ciudad se localiza la antigua colonia Obispado, donde casi a principios del siglo xx fue construida la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey.
Casi en el interior y, a su vez, casi en el exterior de la escuela se escuchan unas notas musicales dispares que podrían componer una melodía casi perfecta.
En el patio central se encuentra instalada una superficie de fieltro que se extiende sobre casi todo el suelo de ladrillo. De color casi gris o casi azul, el plano, de forma casi cuadrada y de textura casi alfombrada, se altera por el tránsito de las personas.
Sobre el fieltro, los bailarines casi se mimetizan con la audiencia y ejecutan bailes folclóricos durante casi cuatro horas.
Un acontecimiento que casi no se percibe, que casi no se escucha, que casi no se ve, que casi no sucede. Casi es silencio. Casi es acontecimiento. Casi es figura. Casi es espacio. Casi es armonía. Casi es lugar. Casi es circunstancia. Casi es…