Plataforma dedicada al sonido y las experiencias de escucha.

Volverse frágil

Paul Hertz, “Glitch Nation. A Recrea­tion of Social Memory” (bajo licen­cia Crea­ti­ve Commons).

Por supues­to que no es fácil salir de tu pro­pio mate­rial y pue­de ser dolo­ro­so; hay en ello un aspec­to de inse­gu­ri­dad. De hecho, éste es segu­ra­men­te el nivel más expe­ri­men­tal. ¿Cuán­do crees que se da una innovación/experimentación real? Pro­ba­ble­men­te, cuan­do la gen­te está en una situa­ción que le es nue­va y está algo inse­gu­ra, tie­ne mie­do, y ahí es don­de la gen­te tie­ne que hacer un esfuer­zo. La gen­te es inno­va­do­ra cuan­do sale de la mier­da fami­liar, fue­ra de lo que le resul­ta cono­ci­do y con­for­ta­ble… No sé exac­ta­men­te qué quie­ro, pero sé exac­ta­men­te qué no quiero.

[De una entre­vis­ta con Radu Malfatti]

La músi­ca impro­vi­sa­da obli­ga a que se den este tipo de situa­cio­nes en las que los músi­cos se pre­sio­nan unos a otros para apor­tar diver­sas pers­pec­ti­vas a su modo de tocar. No es que la músi­ca impro­vi­sa­da sea en sí pro­gre­si­va, pero sí que invi­ta a la expe­ri­men­ta­ción cons­tan­te: cuan­do los músi­cos se sien­ten dema­sia­do segu­ros de sus enfo­ques, la expe­ri­men­ta­ción pue­de con­ver­tir­se en manie­ris­mo. Lo que me gus­ta­ría explo­rar aquí son esos momen­tos en que los músi­cos dejan atrás una zona segu­ra y que­dan al des­cu­bier­to fren­te a estruc­tu­ras de opi­nión inter­na­li­za­das que gobier­nan nues­tra apre­cia­ción de la músi­ca. Esos son los que yo lla­ma­ría momen­tos frágiles.

Duran­te el verano de 2003 tuve la oca­sión de pasar cier­to tiem­po en Vie­na, inves­ti­gan­do las con­no­ta­cio­nes polí­ti­cas de la músi­ca impro­vi­sa­da. No es que encon­tra­ra una rela­ción direc­ta pero, por medio de con­ver­sa­cio­nes, acu­dien­do a con­cier­tos y tocan­do con otros músi­cos me fui dan­do cuen­ta del poten­cial y las limi­ta­cio­nes que tie­ne la impro­vi­sa­ción, en tér­mi­nos de agen­cia polí­ti­ca, den­tro de la pro­duc­ción musi­cal. Para este tex­to he toma­do como base las con­ver­sa­cio­nes que man­tu­ve con el trom­bo­nis­ta Radu Mal­fat­ti, como par­te de mi inves­ti­ga­ción. Mal­fat­ti pro­ce­de del caó­ti­co free jazz impro­vi­sa­do de los años seten­ta y aho­ra está más con­cen­tra­do en una músi­ca redu­ci­da y ultra­mi­ni­ma­lis­ta. Su modo de enfo­car la actua­ción va en con­tra del estan­ca­mien­to que podría pro­du­cir­se en la impro­vi­sa­ción con­ti­nua­da. Para evi­tar el estan­ca­mien­to, Mal­fat­ti bus­ca esas situa­cio­nes inse­gu­ras que he men­cio­na­do antes. Con­si­de­ro estas situa­cio­nes como las úni­cas que podrían cues­tio­nar las estruc­tu­ras domi­nan­tes de la apre­cia­ción musical.

¿Cómo se pue­de pre­de­cir lo que podrías con­se­guir si no sabes qué vas a encon­trar en el camino? Ser abier­to, recep­ti­vo y expues­to al peli­gro de tocar músi­ca impro­vi­sa­da podría ori­llar­te a situa­cio­nes no desea­das que pudie­ron hacer caer los cimien­tos de tu pro­pia segu­ri­dad. Los músi­cos se ponen en situa­cio­nes en las cua­les se pide una exi­gen­cia total; nin­gu­na visión de lo que pue­de ocu­rrir per­mi­ti­ría apor­tar res­pues­tas a ese momen­to pre­ci­so. Un vez que estás ahí, no hay vuel­ta atrás, no pue­des arre­pen­tir­te de lo que has hecho. Tie­nes que dedi­car­te a cues­tio­nar tu segu­ri­dad, ver­la como una res­tric­ción. Tie­nes ple­na con­cien­cia y tie­nes mie­do, como si estu­vie­ras en un pasi­llo oscu­ro, y aho­ra se tra­ta de dar­se cuen­ta de que lo que pen­sa­bas que eran pare­des sólo exis­tían en tu imaginación.

Mien­tras tus sen­ti­dos te aler­ten del peli­gro, vas a valer­te de ellos para enfren­tar­te a él. Sigue avan­zan­do hacia eso que no cono­ces, hacia eso que cues­tio­na tu cono­ci­mien­to y el uso que haces de él. Sigue esfor­zán­do­te, sabien­do que los demás músi­cos van a pre­sio­nar­te, reubi­can­do los res­tos de como­di­dad. Es un momen­to del que no pue­des fiar­te, al que no pue­de apli­car­se nin­gu­na defi­ni­ción esta­ble. Está suje­to a todas las par­ti­cu­la­ri­da­des que con­cu­rren en ese momen­to y cuan­to más sen­si­ble seas a ellas, más vas a poder tra­ba­jar con (o con­tra) ellas. Estás rom­pien­do con res­tric­cio­nes pre­vias a las que te has ido atan­do, estás crean­do un espa­cio social que es úni­co, que no pue­de expor­tar­se a nin­gu­na par­te. Cons­tru­yen­do diver­sas for­mas de cola­bo­ra­ción, dese­chan­do modos ante­rio­res de gene­rar relaciones.

Aquí está pasan­do algo, pero ¿qué? Es difí­cil decir­lo, pero des­de lue­go hay inten­si­dad en ello. Esos momen­tos son casi impo­si­bles de arti­cu­lar; recha­zan el enca­si­lla­mien­to, elu­den la representación.

Esta­mos obli­ga­dos a cues­tio­nar las con­di­cio­nes mate­ria­les y socia­les que cons­ti­tu­yen el momen­to de impro­vi­sa­ción; estruc­tu­ras que nor­mal­men­te vali­dan la impro­vi­sa­ción como géne­ro musi­cal esta­ble­ci­do. Si no lo hace­mos, pode­mos caer en el peli­gro de feti­chi­zar el momen­to y negar las reper­cu­sio­nes que esto conlleva.

Si habla­mos de estan­ca­mien­to y pro­gre­sión, exis­te una úni­ca herra­mien­ta que nos ayu­de a expli­car a qué nos refe­ri­mos y esa herra­mien­ta es el tiem­po, es la Historia.

[De una entre­vis­ta con Radu Malfatti]

Cuan­do Radu Mal­fat­ti habla sobre las rup­tu­ras que cier­tos músi­cos han hecho con la orto­do­xia musi­cal, obser­va el modo en que se han enfren­ta­do a esas rup­tu­ras. Algu­nos tra­tan de con­so­li­dar o reme­ta­bo­li­zar los momen­tos frá­gi­les con los que han tro­pe­za­do; otros sim­ple­men­te vuel­ven a la segu­ri­dad de sus prác­ti­cas ante­rio­res. Muy pocos logran seguir bus­can­do ese momen­to frá­gil; haría fal­ta que los músi­cos lle­va­ran a cabo múl­ti­ples rup­tu­ras con sus pro­pias tra­di­cio­nes. Es más fácil desa­rro­llar cier­ta cohe­ren­cia den­tro de la prác­ti­ca de cada uno; exis­te una línea muy fina entre ser insis­ten­te en la bús­que­da de una tra­yec­to­ria con­cre­ta de inves­ti­ga­ción y aco­mo­dar­se den­tro de nues­tros pro­pios métodos.

Cuan­do ocu­rre algo nue­vo, a la gen­te no le gus­ta. Es así de sen­ci­llo… No hay nada que yo pue­da hacer al respecto.

[Con­ver­sa­ción con Radu Malfatti]

Cuan­do den­tro de la dico­to­mía entre lo nue­vo y los anti­guos valo­res domi­nan­tes apa­re­ce algo dife­ren­te y difí­cil de loca­li­zar, no es fácil diri­gir la aten­ción hacia ello. Ade­más, para la indus­tria musi­cal tam­po­co resul­ta fácil de comercializar.

Aun­que nadie reco­noz­ca la impor­tan­cia de lo que has hecho, tie­nes que man­te­ner viva la con­fian­za. Es duro estar solo mien­tras tra­ba­jas en direc­ción a algo que no sabes a dón­de va a lle­var­te; algo que podría des­truir tu tra­yec­to­ria artís­ti­ca, en cuya cons­truc­ción has tra­ba­ja­do tan duro. Natu­ral­men­te, cuan­do usas la músi­ca no como herra­mien­ta para lograr otra cosa (reco­no­ci­mien­to, esta­tus…) sino de un modo crea­ti­vo más agre­si­vo, eso va a pro­du­cir alie­na­ción. Pero ¿qué se supo­ne que debe hacer el músi­co impro­vi­sa­dor: tra­ba­jar hacia el míni­mo común deno­mi­na­dor, tocan­do una músi­ca con la que pue­da iden­ti­fi­car­se más gente?

La músi­ca impro­vi­sa­da tie­ne el poten­cial de abrir fisu­ras en las for­mas ante­rio­res de pro­duc­ción musi­cal, pero está en manos de los músi­cos des­ga­rrar­la, a fin de encon­trar una entra­da. Abrir nue­vos cam­pos de per­mi­si­bi­li­dad impli­ca vol­ver­se frá­gil has­ta des­truir los mie­dos que nos atenazaban.

No habla­mos aquí de cam­biar las con­di­cio­nes labo­ra­les de la mayo­ría de la gen­te pero, sien­do cons­cien­te de que la cul­tu­ra, la crea­ti­vi­dad y la comu­ni­ca­ción se están con­vir­tien­do en las herra­mien­tas del capi­ta­lis­mo cog­ni­ti­vo, hay que sos­pe­char de vías en las que las prác­ti­cas cul­tu­ra­les pue­den ser explo­ta­das por par­te del capi­tal. Debi­do a eso, debe­mos cues­tio­nar con­ti­nua­men­te nues­tros moti­vos, nues­tro modus ope­ran­di y su rela­ción con las con­di­cio­nes en las que esta­mos inmer­sos, para evi­tar su recu­pe­ra­ción por par­te de un sis­te­ma que va a pro­du­cir muros ideo­ló­gi­cos en torno a noso­tros. Enfren­tar­se a esas con­di­cio­nes sig­ni­fi­ca peli­gro e inse­gu­ri­dad. Atra­ve­sar­las sig­ni­fi­ca­rá com­pro­mi­so y algo de lo que Wal­ter Ben­ja­min des­cri­bió como «el carác­ter destructivo».

El carác­ter des­truc­ti­vo tie­ne la con­cien­cia del hom­bre his­tó­ri­co, cuya emo­ción más pro­fun­da es una des­con­fian­za insu­pe­ra­ble para con el cur­so de los acon­te­ci­mien­tos y una dis­po­si­ción per­ma­nen­te a reco­no­cer que todo pue­de salir mal. Por lo tan­to, el carác­ter des­truc­ti­vo es la res­pon­sa­bi­li­dad per­so­ni­fi­ca­da. El carác­ter des­truc­ti­vo ve nada como per­ma­nen­te. Pero por esa mis­ma razón ve cami­nos por todas par­tes. Don­de otros encuen­tran muros o mon­ta­ñas, tam­bién allí encon­tra­rá un camino. Pero debi­do al hecho de que ve cami­nos por todas par­tes, tie­ne que des­pe­jar­los por todas par­tes. No siem­pre por la fuer­za bru­ta, en oca­sio­nes por la más refi­na­da. Nin­gún momen­to pue­de cono­cer lo que el siguien­te momen­to creará.

[Wal­ter Ben­ja­min, «The Des­truc­ti­ve Cha­rac­ter», 1931]

Julio de 2005
Anti-copyrigth