Plataforma dedicada al sonido y las experiencias de escucha.

The way you moved through me

“The Handpho­ne Table”, Michael Heraring

«Cuan­do me habla­ban de hori­zon­tes reti­ra­dos, de magos que saben qui­tar­te el hori­zon­te y nada más que el hori­zon­te, dejan­do visi­ble el res­to, creía que se tra­ta­ba de una expre­sión ver­bal, de una bro­ma exclu­si­va­men­te lingüística».

Hen­ri Michaux

Los medios por los que se pro­pa­ga el soni­do son de lo más dudo­sos. El soni­do se con­du­ce a tra­vés de la reper­cu­sión de otras infor­ma­cio­nes. El flu­jo alcan­za un mar­gen obtu­so que, al pasar de un medio a otro, adquie­re un sem­blan­te por acu­mu­la­ción. El mate­rial se va modi­fi­can­do mien­tras pasa de un lado al otro. Diga­mos, se va nutrien­do de dis­tin­tos espa­cios y a veces hay que encon­trar la mane­ra de escucharlos.

Per­cu­tir con los dedos en una mesa de made­ra equi­va­le a que el comen­sal escu­che algo, supues­ta­men­te pun­tual. Un dedo gol­pea un tro­zo de made­ra, sue­na a «made­ra y hue­so». Dicho soni­do se pro­pa­ga por el aire que, en su «elas­ti­ci­dad», abar­ca el sitio don­de nos encon­tra­mos. Ese per­cu­tir com­pren­de los obje­tos y lo que está alre­de­dor y más allá, más allá del pun­to de emi­sión, es decir, ese gol­pe con­tie­ne otros deve­ni­res ocultos.

Si ese mis­mo even­to lo hace­mos de una mane­ra dis­tin­ta y pre­sio­na­mos la ore­ja sobre la mesa «hacien­do vacío», el soni­do adquie­re otras dimen­sio­nes, este sitio ínti­mo se vuel­ve un espía, que no es posi­ble sin el acercamiento.

La com­po­si­to­ra y artis­ta Lau­rie Ander­son pre­sen­ta una pie­za, The Handpho­ne Table. En ella exhi­be una mesa de made­ra con dos sillas y un cua­dro con dos per­so­nas que tie­nen los codos sobre la mesa y se tapan las ore­jas con las manos, como si no qui­sie­ran escu­char. El escu­cha imi­ta la esce­na del cua­dro y actúa la mími­ca repre­sen­ta­da. En la super­fi­cie de la mesa, ocul­tas, exis­ten dos boci­nas que actúan como medio de emi­sión. Una músi­ca salien­do de la mesa.

Cuan­do yo supe de esta pie­za esta­ba mon­ta­da de una mane­ra dis­tin­ta. En el museo de arte con­tem­po­rá­neo de Hous­ton había una silla con indi­ca­cio­nes simi­la­res, como colo­car tus codos sobre los bra­zos de la silla para tapar así tus ore­jas. Mi impre­sión al hacer­lo era que había un meca­nis­mo per­cu­ti­vo en el pie de volu­ta de la silla. Deba­jo se trans­mi­tía un meca­nis­mo a la arti­cu­la­ción del codo y pasa­ba por los hue­sos has­ta tus oídos. Esta con­duc­ción del soni­do hace evi­den­te la con­tra­dic­ción de la ima­gen cor­po­ral: el suje­to que se tapa los oídos escu­cha, espía para encon­trar una infor­ma­ción lejana.

Con los oídos tapa­dos escu­chas ese trans­cu­rrir del soni­do, una suer­te de per­cu­sión ocul­ta, un medio de trans­mi­sión que nos recuer­da a la infan­cia: estar acos­ta­dos con el oído pega­do al piso y jugue­tear con los dedos en la super­fi­cie; es un encuen­tro cer­cano a la ampli­fi­ca­ción, con una acción míni­ma que, al momen­to de acer­car­se a ella (aso­mar­se a ella) resul­ta gigantesca.

No era así. En las bases de las sillas, bajo el pie de volu­ta, había unas boci­nas con una gra­ba­ción de poe­mas de Lau­rie Ander­son. Las boci­nas emi­tían el soni­do a tra­vés de la made­ra has­ta que lle­ga­ban a mis manos tapan­do mis oídos. Los poe­mas no eran enten­di­bles, no se per­ci­bía la voz, pero sí se escu­cha­ba algo: un gol­pe­teo con sen­ti­do que se vuel­ve com­po­si­ti­vo, en el que se absuel­ve a la pala­bra para pasar a otro evento.

El soni­do y las pala­bras trans­cu­rren por dos medios amor­ta­ja­dos: la made­ra y los hue­sos envuel­ven la pure­za de ese ata­que. Una genea­lo­gía de ese pri­mer soni­do, un recu­bri­mien­to de ese ges­to, la pró­te­sis que pare­ce ajena.

No es tra­duc­ción: la made­ra es par­te de una comu­ni­ca­ción, nues­tros hue­sos escu­chan el telé­fono des­com­pues­to y las manos en nues­tros oídos tra­mi­tan un soni­do lin­güís­ti­co, pues­to que al «ensor­de­cer­nos» esta­mos lidian­do con ese pri­mer llamado.

Lau­rie Ander­son hace cons­ta­tar la comu­ni­ca­ción tan bas­ta. En este caso, cada ele­men­to tie­ne su for­tu­na, cada mate­ria es fiel al soni­do que no es físi­ca pura, es el rumor lo que se escu­cha en ese momen­to, esas varias par­tes que pro­pa­gan un men­sa­je que si se mira de cer­ca pare­cie­ra que es una maqui­na­ria per­cu­tien­do des­de la infancia.