Plataforma dedicada al sonido y las experiencias de escucha.

La teoría del noise

“Jamais”, Óscar Domín­guez, Expo­si­tion Inter­na­tio­na­le du Surréa­lis­me (1938).

A media­dos de la déca­da de los ochen­ta, la músi­ca noi­se pare­cía estar en todas par­tes, cru­zan­do océa­nos y difun­dién­do­se por los con­ti­nen­tes, des­de Euro­pa has­ta Nor­te­amé­ri­ca, Asia (espe­cial­men­te Japón) y Aus­tra­lia. Músi­cos con his­to­ria­les diver­sos esta­ban gene­ran­do sus pro­pias varian­tes del noi­se. Gru­pos tales como Eins­tür­zen­de Neu­bau­ten, SPK y Throb­bing Gristle atraían a públi­cos cada vez más nume­ro­sos a sus actua­cio­nes en direc­to en fábri­cas anti­guas y los men­sa­jes indus­tria­les de Psy­chic TV eran com­par­ti­dos por unos quin­ce mil jóve­nes que se unie­ron a su red tele­vi­si­va global.

Vein­te años des­pués, las ero­sio­na­das fábri­cas de Pro­vi­den­ce, Rho­de Island, el cam­bio de esce­na­rio del cen­tro de Nue­va York a Brooklyn, las nota­bles des­igual­da­des del área de Detroit y la bre­cha social cada vez más pro­nun­cia­da en Osa­ka y Tokio vol­vie­ron a con­ver­tir al noi­se en el cen­tro de aten­ción. La sema­na pasa­da —nos encon­tra­mos a prin­ci­pios de mayo de 2007— el autor de este ensa­yo vio cua­tro espec­tácu­los de noi­se en rápi­da suce­sión —Locust un lunes, Fuck Tele­corps (una ver­sión refor­ma­da de Tele­corps de Edgar Buchholtz de 1992–1993) y Macronympha de Pit­ts­burgh un miér­co­les por la noche; un día des­pués, los crea­do­res de noi­se punk Whi­te Mice de Pro­vi­den­ce y Ligh­ting Bolt, que com­par­tie­ron actua­ción y, pos­te­rior­men­te, otra vez Whi­te Mice.

La idea de que exis­te un géne­ro cohe­ren­te de músi­ca lla­ma­do noi­se se ges­tó a comien­zos de los noven­ta. Ten­go la sen­sa­ción de que se con­vir­tió en un tér­mino nor­ma­li­za­do por­que es una cate­go­ría sufi­cien­te­men­te impre­ci­sa como para ahor­car las estra­te­gias sóni­cas tre­men­da­men­te dife­ren­tes que emplea un gran núme­ro de músi­cos por todo el mun­do. Diría que cier­tos modos de com­po­ner, inter­pre­tar, gra­bar, difun­dir y con­su­mir el soni­do pue­den con­si­de­rar­se for­mas de músi­ca noi­se. Los sub­te­mas noi­se sub­ya­cen­tes en el tur­na­bi­lis­mo de Chris­tian Mar­clay y DJ Oli­ve, el alte­res­pa­cio elec­tró­ni­co ill­bient de DJ Spooky, las actua­cio­nes basa­das en el cuer­po de Mason­na, la mez­cla en vivo de CDs espe­cial­men­te pre­pa­ra­dos y com­bi­na­dos con abs­trac­cio­nes y sín­te­sis en tiem­po real de Phi­lip Samar­tzis, el «soni­do car­ce­la­rio, tor­tuo­so y pla­ñi­de­ro» de Wolf Eyes (Ben Sisa­rio en SPIN), la mues­tra explo­si­va de des­truc­ción rui­do­sa de Scot Jene­rik, los expe­ri­men­tos con la gui­ta­rra de Oren Ambar­chi y los clá­si­cos en la his­to­ria del géne­ro, Throb­bing Gristle, SPK, Z’ev y los Haters sir­ven para ilus­trar cla­ra­men­te este pun­to. Me gus­ta­ría seña­lar que lo que defi­ne al géne­ro es todo el entra­ma­do his­tó­ri­co y socio­cul­tu­ral en el que se eli­ge, com­bi­na y escu­cha el noise.

El noise en la sociedad de silencio y el espectáculo

Según el pode­ro­so aná­li­sis del teó­ri­co cul­tu­ral fran­cés Guy Debord, la vida a fina­les del capi­ta­lis­mo se pre­sen­ta como una acu­mu­la­ción inmen­sa de espec­tácu­los.[1] Todo lo que antes se vivía direc­ta­men­te se ha con­ver­ti­do en una repre­sen­ta­ción. La socie­dad del espec­tácu­lo eli­mi­na el diá­lo­go; la orga­ni­za­ción del monó­lo­go por par­te de orga­ni­za­cio­nes eco­nó­mi­cas y polí­ti­cas aís­la e impi­de la comu­ni­ca­ción direc­ta, loca­li­za­da y no repe­ti­ble. La socie­dad del espec­tácu­lo, según afir­ma Jac­ques Atta­li en su obra pio­ne­ra Rui­dos, es tam­bién la socie­dad del silen­cio.[2] Estas con­si­de­ra­cio­nes nos abren la puer­ta para teo­ri­zar el auge de la músi­ca noi­se como for­ma de per­tur­ba­ción cul­tu­ral en el espa­cio des­in­dus­tria­li­za­do, silen­cio­so y silen­cia­do del capi­ta­lis­mo tar­dío. Por lo tan­to, des­cri­bi­ré los ini­cios del noi­se como una pro­duc­ción esté­ti­ca que ha pues­to en tela de jui­cio las ins­ti­tu­cio­nes socia­les y cul­tu­ra­les, que ha derrum­ba­do las fron­te­ras del géne­ro y que ha teni­do impli­ca­cio­nes socio­po­lí­ti­cas más amplias.

La músi­ca noi­se en su for­ma menos com­pro­me­te­do­ra difie­re de otras for­mas de músi­ca de resis­ten­cia, por ejem­plo, del punk, la New Wave, el hard­co­re, el dark metal. En estos tipos de músi­ca, la voz, el logos como ver­dad, ha cons­ti­tui­do el pun­to focal de una voz poli­ti­za­da que afir­ma con­tar la ver­dad acer­ca de la situa­ción de su audien­cia. El noi­se no recla­ma nada de esto; cons­ti­tu­ye una decons­truc­ción radi­cal del esta­tus del artis­ta, la audien­cia y la músi­ca.[3] Es «el grano de la voz»,[4] un recha­zo de la repre­sen­ta­ción, un recha­zo de la iden­ti­dad. El noi­se, como míni­mo, per­tur­ba las rela­cio­nes nor­ma­les con el orden sim­bó­li­co, tan­to del intér­pre­te como del oyen­te, recha­zan­do diri­gir el pla­cer musi­cal a tra­vés del orden sim­bó­li­co (las rela­cio­nes sim­bó­li­cas se defi­nen aquí como un agre­ga­do de cul­pa, ley, logro y auto­ri­dad). Pode­mos deno­mi­nar a este pla­cer musi­cal jouis­san­ce anti­te­leo­ló­gi­ca, logra­da median­te la auto­ne­ga­ción, median­te un cam­bio a lo ima­gi­na­rio o lo pre­sub­je­ti­vo (la fase que pre­ce­de a la dife­ren­cia­ción del yo) que, en nues­tro con­tex­to, es un espa­cio sono­ro. Res­pec­to a sus pará­me­tros musi­ca­les, se con­si­de­ra que el noi­se es anti­te­leo­ló­gi­co en el sen­ti­do de que diva­ga fren­te al deseo reifi­ca­do de la fór­mu­la de la ten­sión diri­gi­da por el telos y la libe­ra­ción que carac­te­ri­za a la mayor par­te de la músi­ca occi­den­tal, espe­cial­men­te tan­gi­ble en el rock y el pop. Por el con­tra­rio, el noi­se habla a y a tra­vés de nues­tro regis­tro ima­gi­na­rio de per­cep­cio­nes audi­ti­vas, visua­les, tác­ti­les y de una fan­ta­sía que crea un caos de sen­sa­cio­nes y sentimientos.

Tam­bién me gus­ta­ría recal­car la capa­ci­dad de eje­cu­ción per­for­ma­ti­va del noi­se. Es sufi­cien­te con citar aquí el ven­da­je de ojos a sus oyen­tes de Fran­cis­co López, los «glit­ches cor­po­ra­les» de Chris­tof Migo­ne (Will Mont­go­mery en The Wire), el uso del pavo ampli­fi­ca­do median­te micró­fo­nos de con­tac­to de Run­zels­tirn & Gur­gerls­tock, duran­te las actua­cio­nes en direc­to, las humo­rís­ti­cas zam­bu­lli­das de cabe­za del gran hom­bre de los Inca­pa­ci­tants, Fumio Kou­sa­kai, y las extra­va­gan­tes más­ca­ras, arcos extra­ora­les y movi­mien­tos coreo­gra­fia­dos de Ligh­ting Bolt, Locust y Whi­te Mice. ¿Por qué actuar? ¿Cuál es el valor de la per­for­man­ce para los músi­cos de noi­se? Entien­do la per­for­man­ce como una pro­duc­ción esté­ti­ca que pone en tela de jui­cio los géne­ros y las ins­ti­tu­cio­nes cul­tu­ra­les y que tie­ne impli­ca­cio­nes socia­les más amplias. Como sugie­re la teó­ri­ca de las actua­cio­nes lés­bi­cas, Ann Cvet­ko­cich, «la per­for­man­ce habi­ta en dife­ren­tes luga­res, tan­to dis­cur­si­vos como mate­ria­les: la nación, el esce­na­rio, el cuer­po».[5] ¿A qué ver­sión del capi­ta­lis­mo tar­dío reta el auge de la músi­ca basa­da en el noi­se? Las actua­cio­nes de noi­se, según nues­tro pun­to de vis­ta, ejer­cen una crí­ti­ca cul­tu­ral­men­te codi­fi­ca­da y polí­ti­ca­men­te espe­cí­fi­ca del capi­ta­lis­mo tar­dío y ofre­cen herra­mien­tas para des­ha­cer su hege­mo­nía apa­ren­te­men­te incon­tes­ta­ble. Cier­ta­men­te, las actua­cio­nes de noi­se se rea­li­zan a la som­bra de la con­ten­ción pro­vo­ca­da por las mis­mas estruc­tu­ras mer­can­ti­les a las que pre­ten­den retar. Pero la resis­ten­cia a esta mer­can­ti­li­za­ción se sigue pro­du­cien­do y lo que el crí­ti­co cul­tu­ral Rus­sel A. Pot­ter afir­ma sobre el hip hop pare­ce ser tam­bién apli­ca­ble a la músi­ca noi­se: «el reco­no­ci­mien­to de que todo es o pron­to será mer­can­ti­li­za­do, ha ser­vi­do como espue­la, como inci­ta­ción a la pro­duc­ti­vi­dad».[6] Será sufi­cien­te con men­cio­nar aquí los cien­tos de gra­ba­cio­nes de Merz­bow, Fran­cis­co López, Mus­lim­gau­ze y, más recien­te­men­te, el cau­dal inago­ta­ble de case­tes y CDs edi­ta­dos por Wolf Eyes.

Debe­mos seña­lar que el noi­se se ha con­ver­ti­do en una for­ma cul­tu­ral glo­bal, trans­na­cio­nal, capaz de movi­li­zar a diver­sos públi­cos. Me gus­ta­ría dar una mues­tra de la espe­ci­fi­ci­dad his­tó­ri­ca de la músi­ca noi­se afir­man­do que el auge de ésta se pro­du­jo al mis­mo tiem­po que la des­in­dus­tria­li­za­ción en EE. UU., Euro­pa occi­den­tal y zonas de Asia-Pacífico.

El noise y la historia

El naci­mien­to de la cul­tu­ra noi­se sólo pue­de enten­der­se en el con­tex­to del colap­so de la ciu­dad indus­trial. El noi­se es un géne­ro pro­fun­da­men­te metro­po­li­tano (inclu­so en su for­ma eco­ló­gi­ca), que se mani­fes­tó por pri­me­ra vez en un pai­sa­je indus­trial urbano devas­ta­do y en un cli­ma cul­tu­ral reac­cio­na­rio de los años ochen­ta de Tat­cher y Reagan, y qui­zá en menor medi­da duran­te el perio­do de Yasuhi­ro Naka­so­ne. Simul­tá­nea­men­te a la des­in­dus­tria­li­za­ción de Occi­den­te y Japón, se pro­du­jo un desa­rro­llo que fue de la mano de un pro­ce­so de glo­ba­li­za­ción: la emer­gen­cia de una red de infor­ma­ción glo­bal y de cor­po­ra­cio­nes trans­na­cio­na­les inmen­sas. La satu­ra­ción con artícu­los de con­su­mo y la simul­ta­nei­dad infor­ma­ti­va tejie­ron una red mucho más fina y a una esca­la menor que nada ima­gi­na­ble en la clá­si­ca era industrial.

La des­in­dus­tria­li­za­ción con­ti­nuó gol­pean­do las eco­no­mías for­dis­tas de las socie­da­des capi­ta­lis­tas tar­días, entre fina­les de la déca­da de 1960 y media­dos de los noven­ta. Aun­que las raí­ces del colap­so indus­trial son com­ple­jas, su des­apa­ri­ción vino acom­pa­ña­da de cam­bios glo­ba­les de rees­truc­tu­ra­ción. Ciu­da­des como Man­ches­ter, Leeds, (par­tes de) Lon­dres, el Cin­tu­rón de Óxi­do en los Esta­dos Uni­dos (Pit­ts­burgh, Detroit, Cle­ve­land), los cen­tros impor­tan­tes de la indus­tria pesa­da en Aus­tra­lia (Whya­lla y Eli­za­beth en el sur de Aus­tra­lia; New­castle y Wollon­gong en Nue­va Gales del Sur) se vie­ron espe­cial­men­te afec­ta­dos por las limi­ta­cio­nes y la fuga de capi­ta­les, con­vir­tién­do­se en ciu­da­des fan­tas­ma del capi­ta­lis­mo tardío.

Con el colap­so de las indus­trias tra­di­cio­na­les, los capi­ta­lis­tas arries­ga­dos invir­tie­ron fuer­te­men­te en la nue­va ola de ciber­tra­ba­jo, dan­do lugar al «trián­gu­lo de las inves­ti­ga­cio­nes» de Caro­li­na del Nor­te, a Sili­con Valley en el área de la bahía de San Fran­cis­co y a la ciu­dad mode­lo de la déca­da de los noven­ta, Seattle. Hemos asis­ti­do al incre­men­to de la con­cen­tra­ción de las fun­cio­nes del capi­ta­lis­mo de la infor­ma­ción en el cen­tro de Tokio. Aus­tra­lia comen­zó a «enfren­tar­se a las reali­da­des de los mer­ca­dos mun­dia­les» (Paul Kea­ting, minis­tro de Tra­ba­jo) libe­ra­li­zan­do sus indus­trias y defen­dien­do, al mis­mo tiem­po, el man­tra del ciber­tra­ba­jo, bajo el eslo­gan edul­co­ra­do de la nación inte­li­gen­te. En reali­dad, lo que qui­sie­ron ven­der estas ciu­da­des con el fin de vol­ver a atraer al capi­tal, sona­ba como gimo­teos de un país sub­de­sa­rro­lla­do y deses­pe­ra­do: pro­me­sas de sala­rios infe­rio­res, ren­tas más bajas, deduc­cio­nes fis­ca­les y altos car­gos loca­les ami­gos de las corporaciones.

El ciclo eco­nó­mi­co al alza, que se vivió des­de media­dos de los noven­ta, se ha vis­to carac­te­ri­za­do, esta­dís­ti­ca­men­te, por un incre­men­to espec­ta­cu­lar del empleo. Lo que ocul­tan estos datos es que la mayo­ría de los nue­vos pues­tos de tra­ba­jo cons­ti­tu­yen fle­xi­tra­ba­jo, es decir, empleo par­cial sin pres­ta­cio­nes. Al tiem­po que este boom eco­nó­mi­co ha dado lugar a tiem­pos más duros para la cla­se media, ha soli­di­fi­ca­do el estan­ca­mien­to o el hun­di­mien­to de los tra­ba­ja­do­res gol­pea­dos por pro­ce­sos ante­rio­res de des­in­dus­tria­li­za­ción. Ade­más, qui­zá de mane­ra cru­cial, ha refor­za­do la bifur­ca­ción racial-étni­ca (Ber­lín, Buda­pest, Pit­ts­burgh) y una fisu­ra mul­ti­di­men­sio­nal del espa­cio, la raza y la cla­se (Chica­go, Lon­dres, París, Sid­ney) en la ciu­dad post­for­dis­ta.[7]

Un nue­vo régi­men de repre­sen­ta­ción, pro­pues­to para cele­brar la reha­bi­li­ta­ción visi­ble y audi­ble de la ciu­dad que, en el pro­ce­so, ale­jó la aten­ción de las ári­das hile­ras de casas, los gue­tos empo­bre­ci­dos, los pro­yec­tos lóbre­gos y los neu­bau­ten que habían domi­na­do en la déca­da de los ochen­ta y comien­zos de los noven­ta. Como seña­la el eru­di­to musi­cal Adam Krims, mien­tras que una nue­va poé­ti­ca músi­cal mar­có de for­ma repre­sen­ta­ti­va la recon­quis­ta de la ciu­dad,[8] las fuer­zas de la ley y el orden impu­sie­ron mate­rial­men­te un silen­cio bru­tal a los subal­ter­nos de la ciu­dad, des­de Nue­va York has­ta París, a medi­da que se incre­men­ta­ban las enor­mes tasas de encar­ce­la­ción por deli­tos meno­res, la his­te­ria con­tra los inmi­gran­tes y la pre­sen­cia para­mi­li­tar en deter­mi­na­dos barrios.

Sugie­ro que la músi­ca noi­se, aun­que no siem­pre sin pro­ble­mas, inter­vino en este espa­cio silen­cia­do y fun­cio­nó como for­ma cul­tu­ral de resis­ten­cia. Los intér­pre­tes pro­du­je­ron, halla­ron e inven­ta­ron nue­vos ins­tru­men­tos noi­se y apli­ca­ron las tác­ti­cas de gue­rri­lla del tea­tro calle­je­ro (des­mon­ta­je de una par­te de la auto­pis­ta por par­te de Eins­tür­zen­de Neu­bau­ten, por ejem­plo). Su tra­ba­jo era colec­ti­vo; lo que se inter­pre­ta­ba no era la obra de un crea­dor indi­vi­dual, pues la audien­cia ape­nas cono­cía ini­cial­men­te los nom­bres de las per­so­nas que per­te­ne­cían a estos gru­pos. Las gra­ba­cio­nes se rea­li­za­ban en sitios de pro­duc­ción crea­dos por músi­cos indus­tria­les (véa­se Indus­trial Recor­dings de Throb­bing Gristle; el sello SSS de Manny Thei­ner en Pit­ts­burgh; Load Records en Pro­vi­den­ce, etcé­te­ra). Los gru­pos per­ma­ne­cían jun­tos duran­te un bre­ve espa­cio de tiem­po y se disol­vían para vol­ver a agru­par­se con el fin de lle­var a cabo otra actua­ción. Ser un intér­pre­te de noi­se impli­ca­ba una acti­vi­dad coti­dia­na y sub­ver­si­va, una tác­ti­ca de gue­rri­lla, una gue­rra cons­tan­te de posiciones.

La música noise como género

La músi­ca noi­se, en sus muchas ver­sio­nes, des­tro­za los lími­tes con­ven­cio­na­les del géne­ro: con fre­cuen­cia no es músi­ca en abso­lu­to, sino rui­do o soni­do com­bi­na­do con mate­rial visual (video, DVD, tele­vi­sión por cable gra­tui­ta, radio, inter­net). Debi­do a su poli­mor­fis­mo, esca­pa del recin­to del esce­na­rio (tea­tral). Es fre­cuen­te que se inter­pre­te y difun­da fue­ra del nexo comer­cial (de hecho, pro­ba­ble­men­te, la músi­ca noi­se no exis­ti­ría sin la acti­vi­dad de sus pro­pios segui­do­res). En las actua­cio­nes, la rela­ción entre el intér­pre­te y la per­so­na común se des­di­bu­ja y la par­ti­ci­pa­ción de los miem­bros del públi­co en los even­tos noi­se es, en casos espe­cí­fi­cos, un fenó­meno diferenciador.

En sus ini­cios, la músi­ca noi­se reci­bió influen­cias de un con­jun­to diver­so de supues­tos cul­tu­ra­les y polí­ti­cos, res­pec­to a su plan­tea­mien­to de la socie­dad post­in­dus­trial. En tér­mi­nos musi­ca­les, la expe­rien­cia for­ma­ti­va de los intér­pre­tes de noi­se con­lle­va­ba una con­fron­ta­ción con lo que per­ci­bían como la des­truc­ción de la músi­ca rock por par­te de una indus­tria cul­tu­ral, refle­jo de la pro­duc­ción en serie y lo que Atta­li deno­mi­na repe­ti­ción. En espe­cial, con­si­de­ra­ron la nor­ma­li­za­ción indus­trial en la esfe­ra dis­co­grá­fi­ca como el sur­gi­mien­to de un códi­go tota­li­ta­rio úni­co. El ímpe­tu ini­cial del noi­se se basó en el supues­to de que, dado que la pro­duc­ción indus­trial defi­ne los tér­mi­nos para la repe­ti­ción en la músi­ca pro­du­ci­da en serie, toda for­ma cul­tu­ral de repe­ti­ción den­tro del mer­ca­do de bie­nes sería sub­su­mi­da por la lógi­ca impe­ran­te de la indus­tria­li­za­ción. Por lo tan­to, los músi­cos noi­se gene­ra­ron músi­ca no repe­ti­ble fue­ra del nexo comercial.

¿El noise como placer?

El noi­se es pre­lin­güís­ti­co y pre­sub­je­ti­vo. El rui­do de la maqui­na­ria pesa­da y el poten­te ata­que sóni­co de un MacIn­tosh Power­Book son actos que ponen acti­va­men­te en pri­mer plano su mate­ria­li­dad y que per­tur­ban el sig­ni­fi­ca­do: «¿qué sig­ni­fi­ca este rui­do?». Las tex­tu­ras áspe­ras de las fuer­zas sóni­cas des­tru­yen nues­tras iden­ti­da­des, en lugar de refor­zar­las. En el len­gua­je de la teo­ría psi­co­ana­lí­ti­ca laca­nia­na, diría­mos que el noi­se crea jouis­san­ce. Jouis­san­ce sig­ni­fi­ca «pla­cer»;[9] en fran­cés se uti­li­za para refe­rir­se al «orgas­mo».

Pero la jouis­san­ce tam­bién pue­de refe­rir­se a un esta­do de cri­sis que se pro­du­ce cuan­do se debi­li­ta o se rom­pe la suje­ción de lo sim­bó­li­co. De este modo se expre­sa Lacan sobre la ley y la jouis­san­ce en el Semi­na­rio xx: «[L]a esen­cia de la ley [es] divi­dir, dis­tri­buir y “retri­buir” todo lo que cuen­ta como jouis­san­ce. ¿Qué es jouis­san­ce? Aquí se redu­ce a no ser nada, sal­vo un ejem­plo nega­ti­vo. Jouis­san­ce es lo que no sir­ve a nin­gún fin».[10] Éste es un tex­to poten­te de la natu­ra­le­za no teleo­ló­gi­ca del noi­se. Sin embar­go, obser­vo una lige­ra con­tra­dic­ción entre la afir­ma­ción de que la músi­ca noi­se es no teleo­ló­gi­ca y que, al mis­mo tiem­po, es opo­si­cio­nal. ¿Será el noi­se una for­ma de soni­do de resis­ten­cia por accidente?

La con­tun­den­cia de la apli­ca­ción de la jouis­san­ce laca­nia­na al noi­se, en la medi­da en que «no sir­ve a nin­gún fin» se ha vis­to com­pli­ca­da por el musi­có­lo­go Robert Fink, quien, en lugar de una anti­te­leo­lo­gía, habla, siguien­do a la teó­ri­ca de géne­ro Judith Butler, de una teleo­lo­gía per­for­ma­ti­va.[11] Una teleo­lo­gía per­for­ma­ti­va de este tipo, apli­ca­da a la prác­ti­ca del noi­se, pue­de impli­car una teleo­lo­gía que libe­ra la libi­do median­te una muta­ción infi­ni­ta, como si fue­ra, pon­ga­mos por caso, una actua­ción de Bore­doms.[12]

Otros teó­ri­cos como Barthes y Julia Kris­te­va dotan de un sig­ni­fi­ca­do lige­ra­men­te dis­tin­to al tér­mino jouis­san­ce. Recap­tu­ran­do la expe­rien­cia pre­lin­güís­ti­ca, la rela­ción del niño con su madre, una mate­ria­li­dad no media­da, es una expe­rien­cia orgás­mi­ca: es el momen­to en el que la sig­ni­fi­ca­ción inte­rrum­pe el sig­ni­fi­ca­do, es decir, per­tur­ba lo sim­bó­li­co, lo social. Pien­so que el tipo de noi­se que gene­ran, por ejem­plo, artis­tas sono­ros japo­ne­ses como Merz­bow, Mason­na, Hijo Kai­dan, Boris y otros, ilus­tra amplia­men­te estas dos inter­pre­ta­cio­nes inter­sec­cio­na­das, aun­que dife­ren­tes, de la jouis­san­ce. Por ejem­plo, en los tra­ba­jos para compu­tado­ra por­tá­til de Merz­bow, tene­mos efec­tos sóni­cos extre­mos y altas fre­cuen­cias inter­ca­la­das, con fre­cuen­cia, con mues­tras de can­cio­nes de Black Sab­bath. El dolor de las tex­tu­ras digi­ta­les áspe­ras se mez­cla con la inten­si­dad bru­tal del metal.

Pero el noi­se no es sólo pre­lin­güís­ti­co y pre­sub­je­ti­vo; no es un sim­ple retorno a algo de nues­tro pasa­do. El tipo de jouis­san­ce que gene­ra el noi­se tie­ne un efec­to de des­pla­za­mien­to y deja al suje­to pro­cli­ve a la posi­bi­li­dad de cambio.

Música, tecnología, ideología

A comien­zos de la déca­da de los ochen­ta, for­ma­cio­nes tales como Eins­tür­zen­de Neu­bau­ten, Throb­bing Gristle y el pri­mer SPK recha­za­ron los modos repe­ti­ti­vos de la tec­no­lo­gía, se con­si­de­ra­ron «sub­elec­tró­ni­cos» y se cen­tra­ron en los soni­dos ambien­ta­les y «encon­tra­dos», así como en el cuer­po, como su fuen­te prin­ci­pal para el noi­se. En tér­mi­nos musi­co­ló­gi­cos, para los músi­cos noi­se, la repe­ti­ción equi­va­lía a la nor­ma­li­za­ción indus­trial y la pro­duc­ción en serie y repre­sen­ta­ba un movi­mien­to hacia un códi­go tota­li­ta­rio úni­co. El cuer­po pare­cía ser el vehícu­lo per­fec­to para lograr la no repe­ti­bi­li­dad. El espa­cio silen­te del capi­tal tar­dío que­dó expues­to con su car­ga de poten­cia­li­dad neo­fas­cis­ta. Tele­corps, NON, Psy­chic TV, Merz­bow y Lai­bach, con fre­cuen­cia de for­ma con­tro­ver­ti­da, per­ci­bie­ron este espa­cio como algo domi­na­do por un códi­go tota­li­ta­rio, en el que sólo el Esta­do está más allá del códi­go y mani­pu­la todos los códi­gos. A dife­ren­cia de las rui­do­sas carre­ras del fas­cis­mo his­tó­ri­co, este neo­fas­cis­mo se cons­tru­ye sobre el silen­cio de los usua­rios de su espa­cio; la resis­ten­cia epi­só­di­ca se une a una vio­len­cia esta­tal aplastante.

A par­tir de fina­les de la déca­da de los ochen­ta, el uso de fuer­zas sóni­cas influi­do por la tec­no­lo­gía de la repro­duc­ción en serie (sin­te­ti­za­dor, compu­tado­ra, video, etcé­te­ra) se adop­tó de for­ma más generalizada.

Los músi­cos de noi­se esca­pa­ban cada vez más al mode­lo de acuer­do con el que los obje­tos son, sim­ple­men­te, valo­res de uso que amplían el cuer­po o posi­bi­li­tan su des­per­so­ni­fi­ca­ción; un mode­lo que basa­ba su supues­to utó­pi­co en un res­ta­ble­ci­mien­to de la inter­re­la­ción orgá­ni­ca entre el suje­to y el obje­to y que pare­cía apun­tar en la direc­ción del inter­cam­bio direc­to para faci­li­tar estas rela­cio­nes. Pro­pu­sie­ron modos en los que la tec­no­lo­gía pue­de pro­por­cio­nar estra­te­gias des­es­ta­bi­li­za­do­ras, hacien­do añi­cos algu­nas de las nocio­nes de los artis­tas que iden­ti­fi­can abier­ta­men­te la tec­no­lo­gía con el con­trol social y el pro­gre­so capitalista.

¿Fue sub­su­mi­do el noi­se, debi­do a este nue­vo cur­so de acon­te­ci­mien­tos, por la lógi­ca más amplia de la eco­no­mía repe­ti­ti­va del capi­tal? En su libro sobre el rap, Black Noi­se, Tri­cia Rose argu­men­ta de for­ma con­vin­cen­te acer­ca de los usos y las rela­cio­nes alter­na­ti­vas de la repe­ti­ción en el rap. Recal­ca las múl­ti­ples his­to­rias y enfo­ques de la orga­ni­za­ción sono­ra en la cul­tu­ra mer­can­ti­li­za­da. Rose afir­ma que, en la cul­tu­ra negra, repe­ti­ción sig­ni­fi­ca cir­cu­la­ción y equi­li­brio; y no está liga­da a la acu­mu­la­ción y el cre­ci­mien­to como en la cul­tu­ra domi­nan­te.[13] Su con­cep­tua­li­za­ción del rap pare­ce poder apli­car­se a la músi­ca noi­se tal y como ésta se ha desarrollado.

En la tran­si­ción a un mile­nio nue­vo (1999–2000), un gru­po influ­yen­te de intér­pre­tes de noi­se digi­tal —Mego, Sen­sor­band, Hrvatz­ki, Greg Davis, Nobu­ka­zu Take­mu­ra y otros— se diri­gie­ron de for­ma más direc­ta a la socie­dad de con­su­mo post­in­dus­trial. Si la crea­ción del deseo (de los con­su­mi­do­res) es la carac­te­rís­ti­ca domi­nan­te del capi­ta­lis­mo pos­te­rior a la Segun­da Gue­rra Mun­dial, ¿por qué no con­fron­tar­lo con el exce­so puro de los soni­dos pro­ce­sa­dos? Sacu­dién­do­se las filia­cio­nes con las tec­no­lo­gías y favo­re­cien­do los com­po­nen­tes orgá­ni­cos (cuer­po, fue­go, cubo de basu­ra) y las tec­no­lo­gías per­ci­bi­das como anti­cua­das (caja ana­ló­gi­ca), la ola digi­tal de los músi­cos de noi­se ha esta­do uti­li­zan­do tec­no­lo­gías elec­tró­ni­cas acci­den­ta­les de hard­wa­re y soft­wa­re con una crea­ti­vi­dad inmen­sa. Exis­te un nue­vo sen­ti­do de agen­cia en el tra­ba­jo con la músi­ca tec­no­ló­gi­ca inten­si­va: las tec­no­lo­gías sono­ras se uti­li­zan para crear nue­vos sig­ni­fi­ca­dos con fina­li­da­des polí­ti­cas y esté­ti­cas estra­té­gi­cas. El noi­se cablea­do tam­bién se ajus­ta al momen­to inter­na­cio­nal actual: la músi­ca se pro­du­ce en cana­les glo­ba­les de comu­ni­ca­ción rápi­da. La ace­le­ra­ción de la comu­ni­ca­ción sono­ra abre nue­vas ave­ni­das para la inter­ven­ción ins­tan­tá­nea, es decir, para­dó­ji­ca­men­te, la resis­ten­cia al capi­tal glo­bal se cana­li­za a tra­vés de cir­cui­tos cul­tu­ra­les glo­ba­les.[14]

¿Cómo se entre­te­je la músi­ca noi­se digi­tal con los nego­cios basa­dos en la infor­ma­ción, espo­lea­dos por la ciber­tec­no­lo­gía en desa­rro­llo, la inves­ti­ga­ción mili­tar o las ope­ra­cio­nes de con­trol infor­ma­ti­za­das y geo­grá­fi­ca­men­te sepa­ra­das de la pro­duc­ción? La cues­tión es legí­ti­ma ya que la músi­ca como for­ma cul­tu­ral está imbri­ca­da en la pro­duc­ción eco­nó­mi­ca. ¿Qué con­se­cuen­cias tie­ne esta imbri­ca­ción en el modo de pro­duc­ción del capi­ta­lis­mo tar­dío sobre la músi­ca digi­tal y las estruc­tu­ras de los sen­ti­mien­tos que pro­du­ce el noi­se en el oyen­te? Cier­ta inquie­tud res­pec­to a la digi­ta­li­za­ción del noi­se entre sus intér­pre­tes que­da refle­ja­da en el resur­gi­mien­to de la com­po­si­ción ana­ló­gi­ca. Se uti­li­zan sin­te­ti­za­do­res vin­ta­ge, tan­to en direc­to como en gra­ba­cio­nes. Uno de los miem­bros de Locust uti­li­za un anti­cua­do Moog, Anony­mou­se, de Whi­te Mice, uti­li­za boto­nes y cables, Ste­reo­lab se basa en una mez­cla de dis­po­si­ti­vos elec­tró­ni­cos, Astro (Hiroshi Hase­ga­wa) gene­ra ana­lo­gis­mos ambien­ta­les, DJ Jeff Mills hace girar tecno mini­ma­lis­ta, Vibra­cathe­dral Orches­tra gra­ba sus espec­tácu­los en direc­to en cin­tas de dos pis­tas con gui­ta­rras, vio­li­nes, cello, ban­jo, gra­ba­do­ras y órga­nos de jugue­tes Casio, mien­tras que Mason­na pro­po­ne cier­to soni­do psi­co­dé­li­co calien­te con su pro­yec­to Spa­ce Machi­ne. Otros, como Yasu­nao Tone, sub­vier­ten las inten­cio­nes dise­ña­das en dis­po­si­ti­vos digi­ta­les uti­li­zan­do cin­ta adhe­si­va para con­fun­dir la lec­tu­ra láser del CD, crean­do de este modo un amplio aba­ni­co de glit­ches.[15]

¿Cons­ti­tu­ye el retorno de lo ana­ló­gi­co una for­ma de nos­tal­gia?, se pre­gun­tan los auto­res de Ana­log Days, Tre­vor Pinch y Frank Troc­co.[16] Su res­pues­ta es que no nece­sa­ria­men­te. Citan a Brian Eno, quien pare­ce, al menos en prin­ci­pio, dar valor a la capa­ci­dad de impre­dic­ción de la pro­duc­ción ana­ló­gi­ca: los soni­dos «entre los boto­nes»[17] retan a la efi­cien­cia sin erro­res y a la dis­ci­pli­na de la tec­no­lo­gía digi­tal. ¿Sería enton­ces el recur­so a un plan­tea­mien­to ana­ló­gi­co la res­pues­ta apro­pia­da a la tira­nía del silen­cio, el ano­ni­ma­to, el pues­to de tra­ba­jo pro­gra­ma­do y des­per­so­na­li­za­do que las mul­ti­na­cio­na­les han impues­to en el espa­cio post­in­dus­trial urbano? En defen­sa del noi­se digi­tal diré que su plan­tea­mien­to pro­por­cio­na la posi­bi­li­dad de nue­vas expe­rien­cias de deseo y nue­vos expe­ri­men­tos con for­mas musi­ca­les. Citan­do una idea de Lacan, según la expre­só Robert Fink, el noi­se digi­tal no es «la nega­ción del deseo, sino una metás­ta­sis poten­te y tota­li­za­do­ra [del deseo]».[18] Pero, al igual que Lacan, hay que recal­car que es un deseo de un deseo no satis­fe­cho.[19] El noi­se digi­tal, al igual que el deseo laca­niano, no bus­ca la satis­fac­ción, per­si­gue su pro­pia con­ti­nua­ción y fomen­to, dan­do lugar a la com­pli­ca­ción, pre­via­men­te men­cio­na­da, del bino­mio teleológico/no teleo­ló­gi­co. Sólo en un oyen­te (suje­to) recon­fi­gu­ra­do, el deseo no obs­ta­cu­li­za­rá la bús­que­da de la gra­ti­fi­ca­ción del suje­to. Para lograr esto, el noi­se debe hacer que el oyen­te no sólo reco­noz­ca que algo está mal en su deseo, sino que expon­ga que, inclu­so en el recha­zo, desea estar de acuer­do con la Ley (figu­ra de auto­ri­dad, cul­pa, ambi­ción) y que inclu­so nues­tros deseos no son pro­pios, sino que per­te­ne­cen al Otro.

¿Pue­de lograr esto el noi­se digi­tal? En los entor­nos de cua­si pro­gra­ma­ción posi­bi­li­ta­dos por deter­mi­na­dos soft­wa­re (Max SP, Super Colli­der, etcé­te­ra), el músi­co pue­de crear un alma­cén de cone­xio­nes pre­de­fi­ni­das y con­tro­lar­las uti­li­zan­do esque­mas y secuen­cias, así como pat­ches de estruc­tu­ra libre y úni­ca para cada compu­tado­ra. Y si uno se entro­me­te en el mis­mo pro­gra­ma, como hace Ikue Mori, pue­de ver­se total­men­te sumer­gi­do en la elec­tró­ni­ca sub­ya­cen­te al soni­do y, de este modo, supe­rar la ruti­na (el vacia­do) de su inter­ven­ción y hacer añi­cos cons­tan­te­men­te las expec­ta­ti­vas del oyen­te, al no sonar tal como se espe­ra que sue­ne.[20] Este noi­se nos hace desear saber algo, des­cu­brir lo que está dicien­do nues­tro incons­cien­te y des­cu­brir lo que el intér­pre­te pue­de cap­tu­rar de nues­tros sue­ños y fan­ta­sías. Sólo enton­ces se pue­de ini­ciar la ver­da­de­ra tarea del tra­ba­jo entre el intér­pre­te de noi­se y el públi­co, con el fin de con­se­guir que los oyen­tes digan lo inde­ci­ble sin cul­pa y sin temor. El resul­ta­do social y polí­ti­co de decir lo inde­ci­ble, al igual que el de una per­for­man­ce de noi­se, es impredecible.

  1. Guy Debord, The Society of the Spec­ta­cle, Nue­va York, Zone Books, 1995. [Exis­te edi­ción en espa­ñol: La socie­dad del espec­tácu­lo, Pre­tex­tos, Valen­cia, 1999].
  2. Jac­ques Atta­li, Noi­se: The Poli­ti­cal Eco­nomy of Music, Min­nea­po­lis, Uni­ver­sity of Min­ne­so­ta Press, 1985. Veá­se tam­bién Csa­ba Toth, «The Work of Noi­se», en Ami­ta­va Kumar (ed.), Poetics/Politics: Radi­cal Aesthe­tics for the Class­room, Nue­va York, St. Martin’s Press, 1999, y «Sonic Rim: Per­for­ming Noi­se Around the Paci­fic», en Kath­leen Ford y Phi­lip Samar­tzis (eds.), Varia­ble Resis­tan­ce: Aus­trian Sound Art, San Fran­cis­co, Museo de Arte Moderno, 2003, p. 14–23. [Exis­te ver­sion al espa­ñol del libro de Atta­li, Rui­dos. Ensa­yo sobre la eco­no­mía polí­ti­ca de la músi­ca, Méxi­co, Fon­do de Cul­tu­ra Eco­nó­mi­ca, 1995].
  3. Para un estu­dio teó­ri­co de estas cues­tio­nes, véa­se espe­cial­men­te el capí­tu­lo tres de Jeremy Gil­bert y Ewan Pear­son, Dis­co­graphies: Dan­ce Music, Cul­tu­re and the Poli­tics of Sound, Lon­dres, Routled­ge, 1999. [Exis­te ver­sión en espa­ñol, Cul­tu­ra y polí­ti­cas de la músi­ca dan­ce, Bar­ce­lo­na, Pai­dós, 2003].
  4. Roland Barthes, «The Grain of the Voi­ce», en Ima­ge-Music-Text, Nue­va York, Hill and Wang, 1977, p. 179–189. [Exis­te ver­sion en espa­ñol: El grano de la voz. Entre­vis­tas 1962–1980, Méxi­co, Siglo XXI, 1981].
  5. Ann Cvet­ko­vich, «Com­ments», en la reu­nión anual de la Aso­cia­ción de Estu­dios Ame­ri­ca­nos, Nash­vi­lle, noviem­bre de 1994. [Aun­que la cita no pro­vie­ne de esta obra, en espa­ñol la auto­ra plan­tea cues­tio­nes simi­la­res en Un archi­vo de sen­ti­mien­tos. Trau­ma, sexua­li­dad y cul­tu­ras públi­cas les­bia­nas, Bar­ce­lo­na, Bella­te­rra, 2018].
  6. Rus­sel A. Pot­ter, Spec­ta­cu­lar Ver­na­cu­lars: Hip-Hop and the Poli­tics od Post­mo­der­nism, Albany, Sta­te Uni­ver­sity of New York Press, 1995.
  7. Janet L. Abu-Lughod, New York, Chi­ca­co, Los Ange­les: America’s Glo­bal Cities, Min­nea­po­lis, Uni­ver­sity of Min­ne­so­tab Press, 1999.
  8. Adam Krims, Music and Urban Geo­graphy, Nue­va York, Routled­ge, 2007.
  9. Por ejem­plo, Sla­voj Zizek, The Metas­tes of Enjoy­ment: Six Essays on Woman and Cau­sa­lity, Lon­dres, Ver­so, 1994. [Exis­te ver­sion en espa­ñol: Las metas­ta­sis del goce. Seis ensa­yos sobre la mujer y la cau­sa­li­dad, Bar­ce­lo­na, Pai­dós, 2003].
  10. Cita­do en Bru­ce Fink, The Laca­nian Sub­ject: Bet­ween Lan­gua­ge and Jouis­san­ce, Nue­va Jer­sey, Prin­ce­ton Uni­ver­sity Press, 1995. [En espa­ñol pue­de con­sul­tar­se en Jac­ques Lacan, El Semi­na­rio. Libro 20. Aun, Bar­ce­lo­na Pai­dós, 2006].
  11. Robert Fink, Repea­ting Our­sel­ves: Ame­ri­can Mini­mal Music as Cul­tu­ral Prac­ti­ce, Ber­ke­ley, Uni­ver­sity of Cali­for­nia Press, 2005. [Sobre las refle­xio­nes de Butler acer­ca de la per­for­ma­ti­vi­dad pue­de leer­se El géne­ro en dispu­ta, Méxi­co, Pai­dós, 2007].
  12. Ibid.
  13. Tri­cia Rose, Black Noi­se: Rap Music and Black Cul­tu­re in Con­tem­po­rany Ame­ri­ca, Hano­ver, Weys­lan Uni­ver­sity Press, 1994.
  14. Véa­se el capí­tu­lo de Paul D. Gree­ne y Tho­mas Por­ce­llo (eds.), Wired for Sound: Engi­nee­ring and Tech­no­lo­gies in Sonic Cul­tu­res, Midd­le­town, Weys­lan Uni­ver­sity Press, 2005.
  15. Véa­se en Nico­las Collins, Hand­ma­de Elec­tro­nic Music: The Art of Hard­wa­re Hac­king, Nue­va York, Routled­ge, 2006.
  16. Tre­vor Pinch y Frank Troc­co, Ana­log Days: The Inven­tion and Impact of the Moog Synthe­si­zer, Cam­brid­ge, Har­vard Uni­ver­sity Press, 2002.
  17. Ibid, p. 319. Véa­se tam­bién Timothy D. Tay­lor, Stran­ge Sounds: Music, Tech­no­logy and Cul­tu­re, Nue­va York, Routled­ge, 2001, p. 110–111.
  18. Robert Fink, Op. cit., p. 9.
  19. Bru­ce Fink, Op. cit., p. 51.
  20. Thorm Hol­mes, Elec­tro­nic and Expe­ri­men­tal Music, Nue­va York, Routled­ge, 2002, p. 236.