Plataforma dedicada al sonido y las experiencias de escucha.

La elaboración de sonidos predilectos

JenRS/ Pixa­bay (bajo licen­cia Crea­ti­ve Commons)

El Auto­no­mous Sen­sory Meri­dian Res­pon­se (Res­pues­ta Sen­so­rial Meri­dia­na Autó­no­ma o ASMR por sus siglas en inglés) es un sín­dro­me. Su pri­me­ra ano­ma­lía es que sólo exis­te gra­cias a las redes socia­les, que le han brin­da­do un códi­go, una for­ma y una estética.

Alguien te susu­rra al oído. Se lima deli­ca­da­men­te las uñas ante un micró­fono. Arru­ga un celo­fán duran­te una hora. Tra­ta de defi­nir un hue­vo Kin­der úni­ca­men­te con ele­men­tos sono­ros. Aquí se ha esta­ble­ci­do una reali­dad vir­tual basa­da en los susu­rros y en soni­dos de poca pre­sión sono­ra. Un pio­ji­to en el cere­be­lo, un rayo eléc­tri­co que enchi­na la médu­la rela­jan­do a las almas más inquie­tas, si cabe tal equívoco.

El ASMR está aco­ta­do. Esos millo­nes de videos en los que sus pro­ta­go­nis­tas susu­rran evo­can­do obje­tos, ¿se tra­tan, aca­so, de la nue­va era de un fetiche?

¿Un sín­dro­me? Se tie­ne o no se tie­ne, se expe­ri­men­ta o no. De ahí el auge de estos videos que repre­sen­tan el mito de la auto­no­mía sensorial.

A poco volu­men y sisean­do las pala­bras es posi­ble reci­tar a Gón­go­ra duran­te sesen­ta minu­tos. «El horren­do soni­do de las cabras cor­ta la no menos horrí­so­na músi­ca de Poli­fe­mo, que le rom­pía los tím­pa­nos a los mis­mos dioses».

Es posi­ble maqui­llar un bus­to de Felix Men­dels­sohn Bartholdy mien­tras se le recuer­da, en voz baja, las pie­zas que com­pu­so su her­ma­na Fany y que él solía fir­mar como si las hubie­ra creado.

El audio es posi­ble­men­te lo más/lo menos importante.

¿Qué nos dicen estos peque­ños soni­dos de la infancia?

¿Qué soni­dos esta­mos bus­can­do en esta casi total imperceptibilidad?

Por una web­cam y por el micró­fono inte­gra­do de la compu­tado­ra nos lle­gan estos videos con cien­tos de miles de visi­tas. Tal vez este for­ma­to está suplien­do a las benzodiazepinas.

Unas siglas impo­si­bles: ASMR. Si se leen de segui­do emu­lan un susu­rro en sí mis­mas. No es casua­li­dad que estas cua­tro letras sue­nen igual que las buro­cra­cias de una ins­ti­tu­ción psiquiátrica.

Con esto se alcan­za una for­ma esta­ble­ci­da, una espe­cie de giga barro­ca. Un soni­do ava­sa­lla­do por una fac­tu­ra muy esta­ble­ci­da: una toma fija y un pro­ta­go­nis­ta guian­do su feti­che. «Una mujer enfren­te de un ven­ti­la­dor empie­za a susu­rrar­le al aire pro­ve­nien­te, el susu­rro se modi­fi­ca por las aspas del ven­ti­la­dor. Ella empie­za a hablar de ese rehi­le­te, de cómo cor­ta el aire, tan tajan­te como las palabras».

Hay un hor­mi­gueo del que hablan los afec­ta­dos por el ASMR. Si éste de ver­dad exis­tie­ra, ini­cia­ría en la nuca y reco­rre­ría la colum­na ver­te­bral has­ta aca­bar en el peri­neo. ¿Pero cómo pue­de afir­mar­se tal cosa sin caer en el car­te­sia­nis­mo del «arri­ba» y «aba­jo»?

No es nove­dad que los soni­dos pro­vo­quen sen­sa­cio­nes cor­po­ra­les. Pen­se­mos en un ara­ña­zo en una de esas piza­rras ver­des de la pri­ma­ria, recor­de­mos a ese com­pa­ñe­ro aba­ti­do por el tedio que hacía rechi­nar dos pla­cas de uni­cel has­ta for­mar una nie­ve de poli­es­ti­reno expandido.

¿Es aca­so el ASMR una nue­va téc­ni­ca de meditación?

Es una nue­va for­ma de acer­car­nos a la ela­bo­ra­ción de soni­dos pre­di­lec­tos, de feti­ches sono­ros, de cari­cias memo­ra­bles y reve­la­cio­nes auditivas.

¿Dón­de he escu­cha­do ese míni­mo tri­nar del papel de china?

¿Aca­so en la infan­cia me rela­jé mil veces con una gotera?