Traducción: Carlos Ortega
Cuando cumplí trece años, en noviembre de 1966, mis padres me dieron un regalo inspirador y sorpresivo: una grabadora National, la máquina portátil de doble carrete que funcionaba con baterías y grababa en una cinta magnética de 6.35 mm. Esta grabadora aún guarda un lugar en las repisas de mi estudio como un recordatorio de la manera en que me transportaba hacia otros mundos. Comencé a experimentar grabando sonidos alrededor de la casa: pisadas, conversaciones truncas, bisagras chirriantes, pestillos ruidosos, el refrigerador, la preparación de comida, la televisión y transmisiones de radio a través de bocinas y los chirridos del periquito de mi madre.
Comencé a escuchar. Al prestarle atención a sonidos cotidianos y a la acústica de mi ambiente doméstico, lo familiar se convirtió en algo fascinante y cautivador. Mi grabadora fue la pieza clave para hallar un nuevo espacio, me motivaba a experimentar y explorar. Ubicaba sonidos en la casa y luego los registraba. Lo que me parecía destacable y emocionante era la experiencia de poder reproducir: escuchaba atentamente, viendo los carretes girar y enfocándome en lo que la bocina revelaba. El sonido grabado adquiría una intensidad y un propósito particular, se revelaban detalles previamente inaudibles y emergían características que daban rienda suelta a mi imaginación, sugiriendo narrativas oníricas y extrañas.
En mi casa, en Sheffield, teníamos una mesita de jardín para poner comida a los pájaros, que estaba enmarcada por una ventana cuadrada desde el interior de la cocina. Desde ahí podía mirar a los pájaros sin escucharlos. Era como ver cine mudo, y me preguntaba cómo sonaba aquella imagen. Podía usar mi grabadora de cinta en el exterior con un micrófono remoto que se operaba con un cable de 60 cm. Llevé todo hacia la mesita, puse el micrófono cerca del lugar donde comían los pájaros, lo rodeé de migajas y fijé la grabadora debajo de la mesita. Cuando comenzó la grabación, regresé a la cocina, esperando que algunas aves llegaran antes de que la cinta se terminara. Algunos minutos después, llegaron algunos estorninos y gorriones, y comenzaron a picotear junto a mi micrófono. Mis expectativas y mi emoción crecieron cuando comenzaron a girar los carretes de la cinta. Luego de aproximadamente diez minutos, la cinta terminó, salí a ahuyentar a los pájaros para recoger la grabadora y llevarla a la cocina. Me gusta recordar el momento cuando escuché la grabación y fui transportado a otro espacio donde no podría haber estado, pues mi presencia hubiera alertado a los pájaros, que no se habrían acercado. Los detalles de sus llamados y el revoloteo mecánico de sus alas revelaron un complejo collage sinfónico contenido en escasos centímetros cuadrados.
Luego de pasar muchas horas grabando y documentando sonidos interiores y exteriores, comencé a darme cuenta del potencial creativo de un equipo como el mío. Y, junto al micrófono, se convirtió en mi instrumento predilecto. Mi interés en la música se desarrolló a partir de mis experiencias de grabación y al inicio de la década de los setenta descubrí el trabajo de Pierre Schaeffer y Pierre Henry a través de BBC Radio 1. Escuchar piezas de musique concrète, como Étude aux chemins de fer, fue toda una revelación y los aspectos compositivos de la ubicación del sonido llamaron mi atención.
En términos prácticos, otra de mis guías para interesarme fue un libro pequeño, Composing With Tape Recorders, de Terence Dwyer, publicado en 1971. Subsecuentemente, empleando navajas para rasurar de una sola hoja y un bloque Editall, comencé a cortar y pegar mis cintas, esculpiendo fragmentos, cambiando tempos, trastocando y desordenando mis grabaciones originales. Estas acciones creaban una conexión íntima y tangible para mis pistas y guiaron mi entendimiento sobre cómo empezar a apreciar estos sonidos en términos musicales.
Tengo un interés por la vida silvestre y el poder llevar equipo de grabación más sofisticado a campo me ha permitido sintonizar los sonidos y ritmos del mundo natural en alta resolución y escuchar lo que, imagino, han escuchado los pueblos por miles de años. Creo que toda nuestra música de tantas culturas distintas en todo el mundo ha evolucionado tras escuchar los sonidos de la vida silvestre, el paisaje y los elementos.
Grabaciones exitosas de pájaros y otros animales pueden requerir largos periodos en campo, junto con un conocimiento amplio del tema elegido, la ubicación, y un entendimiento sobre cómo colocar el equipo de grabación. A estos elementos se les puede llamar conocimiento de campo; eventualmente pueden limitarse simplemente a escuchar, escuchar al sujeto de estudio y estar en sintonía con el ambiente. Principalmente escucho a través de mis micrófonos, y su colocación es para mí la una de las principales partes de una composición, la principal. Acomodo los micrófonos y uso mis audífonos como un monitor acústico. Si la perspectiva o la acústica no funcionan, tomo la decisión subjetiva de mover los micrófonos, como si se tratara de encuadrar una imagen. De esta forma puedo establecer una conexión emocional y personal con la grabación. Esto es algo que deseo transmitirle a la audiencia.
Existe una narrativa en buena parte de mi trabajo, y habiendo trabajado para cine, televisión y programas de radio, pienso que mis piezas poseen una línea temporal que puede ser lineal o a veces circular, de momentos expandidos a ciclos personales o milenios comprimidos. Pasar tiempo escuchando en un entorno en particular hace que la acústica, el ritmo y los timbres se vuelvan aparentes y me ayuda a establecer integridad con mi trabajo y conectar con un sentido o espíritu del lugar. Al principio de los noventa pasé tiempo grabando en Masai Mara, Kenya, los Highlands escoceses e Islandia. Se volvió aparente que el ritmo y el sonido de estos lugares era influenciado por sus respectivas latitudes. Virtualmente ubicada en la línea ecuatorial, un día en Masai Mara tiene aproximadamente doce horas de luz solar, seguidas por el periodo restante de oscuridad. El amanecer indica un breve coro seguido por patrones en el clima, que tiende a controlar el comportamiento de animales, que a su vez responden a periodos de calor y tremendas tormentas a la mitad del día. Mientras la lluvia y los truenos desaparecen, una quietud regresa a la sabana al atardecer que a su vez estimula una víspera de pájaros, seguida por la presencia de depredadores nocturnos como leopardos, leones y hienas que se comunican vocalmente y en armonía con las canciones de un imperio alienígena de insectos.
Luego de varios viajes a través de años a África, Escocia e Islandia, decidí crear tres composiciones para representar los cambios en escalas de tiempo que cada latitud posee, junto con el pulso particular de cada paisaje. Las composiciones para cada pieza fueron desarrolladas con los ritmos de los ciclos diarios y los cambios de texturas a largo plazo. El album Weather Report incluye tres canciones de dieciocho minutos: Ol-Olool‑O, un periodo intenso y visceral de doce horas en Masai Mara; The Lapaich, que fue grabada durante cuatro meses representando los cambios de temporada de septiembre a diciembre en los Highlands; y Vatnajökull, que seguía el viaje de diez mil años de una formación de hielo incrustada en los glaciares islandeses y su flujo permanente hacia el mar de Noruega.
Recientemente mi atención ha virado hacia las canciones y los ritmos del océano. Aproximadamente setenta por ciento del planeta está ocupado por mares y océanos y esto representa no sólo el hábitat más grande del planeta, sino el de mayor riqueza sonora. El sonido viaja casi cinco veces más rápido a través del agua que en el aire, y todos los animales del océano viven en un mundo de sonido y vibraciones. A menudo se alude a la música del océano, el profundo pulso del oleaje, y las obsesionantes canciones de las focas. En la línea de compositores como Debussy, Britten y Mendelssohn, disfruto explorar los sonidos del océano y grabar su multitud de voces con micrófonos subacuáticos. A través de las profundidades, he logrado escuchar sinfonías sin descubrir y armonías debajo de las olas, desde las microtonalidades contenidas en pozas naturales habitadas por la marea hasta las canciones del animal más grande y ruidoso que existe, la ballena azul.