Plataforma dedicada al sonido y las experiencias de escucha.

Las horas de Altzayanca

Por deli­ca­das que sean, las mañanas
envi­le­cen; lo des­truc­ti­ble vacila
y lo que pare­cie­ra, fren­te a noso­tros, perdurar,
no nos aco­ge, menos cruel que indiferente.

—Juan José Saer

A las seis de la maña­na la igle­sia del pue­blo anun­cia el ofi­cio de Mai­ti­nes con un cover ins­tru­men­tal y ele­va­do­res­co de “Somos novios”, la can­ción de Arman­do Man­za­ne­ro, median­te gran­des alta­vo­ces que han supli­do a las anti­guas cam­pa­nas que ya sólo sue­nan como pre­lu­dio del cono­ci­do tema. La gra­ba­ción se escu­cha en todos los rin­co­nes del pue­blo. A los visi­tan­tes nos des­pier­ta y nos sor­pren­de el alto volu­men: uno pen­sa­ría que los grue­sos muros de las anti­guas hacien­das nos pro­te­ge­rían de estas fre­cuen­cias, sin embar­go pare­ce que la boci­na está en el mis­mo cuar­to. Esta bulla tota­li­ta­ria de las horas es omnipresente:

Bello es el ros­tro de la luz, abierto
sobre el silen­cio de la tie­rra; bello
has­ta can­sar mi cora­zón, Dios mío.
Un pája­ro remue­ve la espesura
y lue­go, len­to, en el azul se eleva,
y el can­to le sos­tie­ne y pacifica.
Así mi volun­tad, así mis ojos
se levan­tan a ti; dame temprano
la potes­tad de com­pren­der el día.
Des­piér­ta­me, Señor, cada mañana,
has­ta que apren­da a amanecer.

Estoy en Altza­yan­ca, uno de los sesen­ta muni­ci­pios de Tlax­ca­la, un pue­blo peque­ño y sereno con una igle­sia en su pla­za cen­tral, cons­trui­da en el siglo XVIII. Aún con­ser­va sus cua­tro cam­pa­nas, de las cua­les sólo tocan una quin­ce minu­tos antes de la hora en pun­to. El soni­do, que lle­ga a todos los rin­co­nes del pue­blo, es una gra­ba­ción esco­gi­da de ante­mano por algún suje­to al cual no pude loca­li­zar, ni siquie­ra ente­rar­me de su nom­bre, como si fue­ra par­te del ano­ni­ma­to, una pre­sen­cia invi­si­ble­men­te tosca.

Las horas canó­ni­cas han fun­cio­na­do des­de que, en la Edad Media, se usa­ron para mar­car los rezos en los monas­te­rios. Indi­can la sal­mo­dia indi­ca­da según cada hora del día, asig­na­das con una fun­ción cla­ra. Duran­te siglos, las cam­pa­nas avi­sa­ron el momen­to para entre­gar­se al rezo, tenían sen­ti­do al hacer un lla­ma­do para pene­trar en la ruti­na de quien las escu­cha­ba. En algún momen­to en Altza­yan­ca alguien pen­só que era mejor suplir el soni­do del hie­rro for­ja­do por gra­ba­cio­nes del soni­do pre­gra­ba­do de cam­pa­nas, debi­do a la fal­ta de cam­pa­ne­ros devo­tos que estu­vie­ran aten­tos al rigor de las horas canónicas.

A las doce del día el tema emble­má­ti­co de la pelí­cu­la Tita­nic mar­ca el ofi­cio de Lau­des median­te un arre­glo ins­tru­men­tal y pom­po­so, en el que un sax soprano suple a la ya cono­ci­da flau­ta tra­ver­sa, dán­do­le al tema un toque pro­fun­do de fan­fa­rria dis­lo­ca­da, qui­zá más intere­san­te que la ori­gi­nal. De gol­pe se cor­ta la pis­ta, dejan­do una sen­sa­ción terri­ble. Los escu­chas y feli­gre­ses se que­dan con una tona­da incon­clu­sa, mal­tra­ta­da y con su peor arti­lu­gio: la tona­da está furi­bun­da por no haber lle­ga­do al final del pri­mer tema. ¿El jin­gle tuvo algu­na vez tan­ta fuer­za? Pien­so en el mis­te­rio­so cura­dor de las horas canó­ni­cas. ¿No es aca­so lo más subli­me para musi­ca­li­zar? ¿El cura­dor ten­drá algún pues­to en la arqui­dió­ce­sis?, ¿esta­rá a con­si­de­ra­ción del Vati­cano? ¿Habrá pie­zas prohi­bi­das para la repre­sen­ta­ción de las horas? Es nece­sa­rio nom­brar a este per­so­na­je como cura­dor de las con­sa­gra­das horas del rezo. La gen­te del pue­blo me cuen­ta que estas melo­días cam­bian de tan­to en tan­to, con una perio­di­ci­dad que nadie lle­ga a comprender:

Así el poder de tu pre­sen­cia encierra
el secre­to más hon­do de esta vida;
un nue­vo cie­lo y una nue­va tierra
col­ma­rán nues­tro anhe­lo sin medida.

A las tres de la tar­de comien­za la Nona, la hora de la mise­ri­cor­dia. Es el momen­to para escu­char el hit inter­na­cio­nal “Com­me d’habitude”, con músi­ca escri­ta por Clau­de Fra­nçois y Jac­ques Revaux, uno de esos éxi­tos que han sido tra­du­ci­dos y arre­gla­dos en cada país. En Méxi­co se lla­ma “A mi mane­ra” y la han adop­ta­do maria­chis, tríos y gru­pos pop por igual. Inclu­so cir­cu­lan varias ver­sio­nes punk, en dis­tin­tos idio­mas, de esta canción.

En el cam­pa­na­rio se escu­cha una ver­sión ins­tru­men­tal que me hace pen­sar que todas las pis­tas pro­vie­nen del mis­mo dis­co de éxi­tos inmor­ta­les. Me pre­gun­to cuál será la cará­tu­la y el títu­lo de esta com­pi­la­ción. ¿Aca­so “Éxi­tos rotun­dos y totales”?:

Sal­mo 140, 1–9
Ora­ción ante el peligro

Que el jus­to me gol­pee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüen­to del impío no per­fu­me mi cabeza;
yo segui­ré rezan­do en sus desgracias.

Varias per­so­nas del pue­blo me dicen que han deja­do de escu­char los habi­tua­les lla­ma­dos, las melo­días ya no los des­pier­tan. Me ima­gino que debe ser como el rui­do de los avio­nes que pasan cada seis minu­tos por la Nar­var­te: algu­nos dejan de notar­los y otros, como doña Cris, me pla­ti­ca que para ella es muy angus­tian­te escu­char todos los días, a las nue­ve de la maña­na, la melo­día de “Amor eterno” de Juan Gabriel. Ésa era la can­ción pre­di­lec­ta de su hijo falle­ci­do. Vaya, no todo son risas y neu­ro­sis. Como visi­tan­te es difí­cil ser obje­ti­vo, pues­to que los avio­nes en la Nar­var­te, como las can­cio­nes de las horas en Altza­yan­ca, te qui­tan la voz, inte­rrum­pen las plá­ti­cas, derrum­ban todo.

A las seis de la tar­de empie­zan las Vís­pe­ras, qui­zá mi momen­to favo­ri­to, el recon­ci­lia­do Ánge­lus. Es el momen­to en el que empie­za la pues­ta del sol, la cono­ci­da hora mági­ca de los cineas­tas que dura unos cuan­tos minu­tos depen­dien­do dón­de nos encon­tre­mos. En Altza­yan­ca más bien es dura­de­ra, dra­má­ti­ca. Los alta­vo­ces ange­li­ca­les nos brin­dan un des­con­cer­tan­te y ati­na­do frag­men­to de “His­to­ria de un amor”, de Car­los Ele­ta Alma­rán, tam­bién cono­ci­do como D’Artagnan, un Don Qui­jo­te gas­cón de cara lar­ga y ate­za­da, pómu­los salien­tes, man­dí­bu­la pro­mi­nen­te, ojos abier­tos e inte­li­gen­tes, nariz gan­chu­da. Dema­sia­do gran­de para un ado­les­cen­te y dema­sia­do peque­ño para un hom­bre hecho. Son, des­de lue­go, horas locas, bre­ves, don­de todo pue­de pasar:

Mag­ni­fi­cat Lc 1, 46–55

Ale­gría del alma en el Señor.
Pro­cla­ma mi alma la gran­de­za del Señor,
se ale­gra mi espí­ri­tu en Dios, mi salvador;
por­que ha mira­do la humi­lla­ción de su esclava.

No es una situa­ción muy dis­tin­ta a cuan­do asis­to a museos de arte con­tem­po­rá­neo y me asal­ta esa duda per­ma­nen­te acer­ca del cura­dor y sus gus­tos par­ti­cu­la­res. Los gran­des éxi­tos, el jin­gle, la arqui­dió­ce­sis. ¿Cómo nos pre­sen­tan estas obras? Todo un pue­blo —o todos los visi­tan­tes de un museo— some­ti­do a las pre­fe­ren­cias de un cura­dor con cono­ci­mien­tos dudo­sos, de méto­dos obvios e igual­men­te dudo­sos. En una jerar­quía poco enten­di­ble, estos per­so­na­jes deci­den que las horas son reco­rri­dos, que su selec­ción habrá de mar­car un hora­rio, un mer­ca­do, el orden de las salas a visi­tar. El hora­rio de los artis­tas en los museos, el deve­nir y des­fa­cha­tez de sus gus­tos par­ti­cu­la­res y los mala­ba­res teó­ri­cos que se adap­tan a su prin­ci­pios (si no te gus­tan, siem­pre tie­nen otros, diría Grou­cho Marx).

A las nue­ve de la noche empie­zan las Com­ple­tas, que nos hacen recor­dar otro éxi­to de Holly­wood no menos atroz que Tita­nic, el cual nos hace per­der­nos en una nos­tal­gia dolo­ro­sa de melo­días que qui­sié­ra­mos olvi­dar, com­pa­ses de con­fu­sión colec­ti­va. Esta vez pro­vie­ne del sound­track de Ghost, diri­gi­da por Jerry Zuc­ke. No recuer­do haber vis­to la pelí­cu­la y no pien­so hacer­lo nun­ca, pero la aso­cia­ción va más allá de su desem­pe­ño en taqui­lla. Está ancla­do en el incons­cien­te como ese gabi­ne­te de cosas horren­das e inol­vi­da­bles: The Righ­teous Brothers toca su úni­co éxi­to, “Unchai­ned Melody”, esa músi­ca sin cade­nas, sin ata­du­ras y libe­ra­da. ¿De qué diablos?

Antí­fo­na

A ti lla­ma­mos los des­te­rra­dos hijos de Eva;
a ti supli­ca­mos, gimien­do y llorando,
en este valle de lágrimas.

¿Vamos a per­noc­tar sin ata­du­ras? Ya sin cul­pas, dame chan­ce de pasar un buen rato mien­tras con­ci­lio el sue­ño y dame un cáli­do vaho de tran­qui­li­dad”, le supli­co a mi com­pa­ñe­ro de cuarto.

***

El reper­to­rio del día deja un sabor de boca extra­ño. La idea de sound­track adquie­re su pro­pia lógi­ca: las melo­días te acom­pa­ñan, son par­te del tiem­po. La exac­ti­tud sue­na como una tona­da y se vuel­ve par­te de los humo­res. El poder omni­pre­sen­te de los cam­pa­na­rios aulla­do­res tie­ne otros oídos: la nos­tal­gia de estas can­cio­nes, el poder abrup­to de un des­per­ta­dor, el mági­co sin­cre­tis­mo de un pue­blo per­di­do en el alti­plano her­ma­na­do de pron­to con el Holly­wood noventero.

Ade­más de estas gra­ba­cio­nes estruen­do­sas, no sue­na en Altza­yan­ca más que el aire azo­tan­do los árbo­les y los burros rebuz­nan­do. Has­ta las nue­ve de la noche sólo se pue­den espe­rar esas dis­lo­ca­das melo­días, des­pués úni­ca­men­te que­da sumer­gir­se en el llano de los soni­dos de las anti­guas hacien­das pul­que­ras, los gri­llos, las gote­ras, como si la noche fue­ra un parén­te­sis cor­dial de la noche ente­ra, del lugar per­di­do don­de no se aca­ba­rá el mun­do. Y a las seis de la maña­na, la fan­fa­rria ase­si­na de “Somos novios” nos des­per­ta­rá para recor­dar­nos que no hay esca­pa­to­ria, que las mara­ñas melo­dio­sas ya están ahí, que jue­gan con noso­tros, que la his­to­ria de los gran­des éxi­tos se encuen­tra en nues­tra cabe­za en for­ma de melo­días joco­sas que se que­da­rán ahí el res­to de nues­tras vidas.

* Este texto fue escrito como parte de una residencia artística que la Galería del Agua de Altzayanca, en Tlaxcala, dirigida por Rafael Cázares, ofreció al equipo de Vano Sonoro en verano de 2019.